miércoles, 2 de septiembre de 2009

Villena me pone, oh sí

Lamento la apabullante falta de entradas que sufre este blog últimamente, pero por a o por h, hace tiempo que no encuentro un tema digno del que escribir, y los que encuentro se resisten a sucumbir a mi lógica. Pero ya los aplastaré, ya...

El caso es que, como siempre que no hay ideas, recurro a la triste y vil autopromoción. Sin embargo, este caso es especial: me gustaría hablar de una hermosa y provechosa experiencia que he podido vivir gracias a Cinema Paradiso, el programa de radio sobre cine que, como supongo todos sabéis gracias a la persistente repetición, copresento junto al excelso y siempre alabado coleguita Dídac Gimeno en Ràdio Klara.

Y es que, pese a que el programa se emitirá este próximo viernes, en realidad ya lo grabamos hace dos semanas, que es cuando tuvo lugar la entrevista a Luís Antonio de Villena acerca de su interesante ensayo sobre de la película El gatopardo, de Luchino Visconti.

El susodicho ensayo, titulado El gatopardo: la transformación y el abismo, ya me había maravillado no solo por su afán enciclopédico, situando la novela original y la adaptación cinematográfica en sus contextos, sino por sus grandes reflexiones acerca de la actualidad del mensaje de ambas, haciendo para ello un exhaustivo análisis histórico-intencional, plagado de anécdotas ilustrativas acerca de la lucha de clases y el verdadero significado de las revoluciones del siglo pasado.

Y sin embargo... no estaba preparado para el bombardeo de sabiduría, de buen hacer, de finura, de observaciones incisivas y, en general, de apabullante superioridad intelecutal, que nos esperaba en la entrevista. Cosas así le hacen a uno ver que, aunque cree que ha visto mucho y ha memorizado buena cantidad de cosas importantes, la vida y el arte siguen siendo demasiado vastos y aún le deparan sorpresas.

Con una infinita modestia por mi parte, puesto que la aportación que pude hacer al programa fue mínima, os conmino a que lo oigáis, en el deseo de que os sintáis tan vacíos como yo en el momento de rodar la entrevista, y os entre por ende las mismas ganas que a mí de llenar ese hueco con cosas provechosas.

Os dejo la noticia original, colgada en el blog del programa, por si queréis tener información adicional acerca de nuestros esfuerzos o sobre la vida, títulos y milagros de nuestro honorable invitado:
http://cinemaparadisoradio.blogspot.com/2009/08/luis-antonio-de-villena-en-cinema.html

jueves, 14 de mayo de 2009

Y en los eones por venir, hasta la Muerte puede morir

No quiero resultar ofensivo, y recalco que esto no es un ataque hacia nadie, pero he de decir que, con la salvedad de tres excepciones, los comentarios a la entrada anterior me han parecido muy descorazonadores. Tan solo Skale con su defensa de la reflexión, Fallen y su aleatoriedad relativa (concepto genial), y Lanchoilla y su espera esperanzada, han tenido el valor de posicionarse ante un tema difícil e intentar encontrarle nuevas interpretaciones. Agradezco enormemente los intentos de animarme que se intuyen en los otros textos, pero mucho me temo que han sido escritos sin una meditación previa. Así que, siendo un poco soberbio, me voy a situar como la voz de vuestras conciencias, y voy a confrontaros frente a unos axiomas radicales en fondo y forma, ante los cuales no tendréis más remedio que replantearos ciertas cosas. Os voy a hablar de un tema fascinante: el horror cósmico.

¿Preparados? Os adelanto que esto os va a doler.

Este concepto, a primera vista rocambolesco, fue bautizado por el gran literato Howard Phillip Lovecraft, un hombre sin duda curioso con quien tuve primer contacto a mitad de mi adolescencia. Antes de eso, en lo que puedo llamar mis primeros años como persona con todas las letras, había desarrollado un gusto por la literatura épica y terrorífica, pareciendo casi un alemán de entreguerras redivivo: mi imaginación pendulaba entre fantasías gloriosas y horrores espeluznantes. Dentro de este segundo grupo, tuve grandes autores de cabecera como Poe, Maupassant, Jacobs o Quiroga, todos grandes instigadores del cuento corto. Siguiendo esa ruta, acabé por dar con el fascinante mundo de Lovecraft, un autor que no solo escribía y publicaba sus breves historias, sino que gracias a ellas formó un círculo de literatos interesados en las obras de horror, que intercambiaban ideas y acabaron por dar a luz una vasta obra estético-ideológica conjunta, que incluía metalibros ficticios y todo un complejo panteón de deidades y poderes universales. Un universo propio tremendamente rico, en definitiva.

Esta magna opus fragmentada se centraba en una nueva forma de llevar el terror al corazón del lector. En una época en la que el fantasma victoriano daba más risa que susto, en que los monstruos clásicos eran usados más para explorar el alma humana que para transmitir escalofríos, y en que los relatos de decadencia familiar, tortura inusual, experiencias paranormales o venganzas metafísicas solo obtenían bostezos, Lovecraft y sus allegados descubrieron la verdadera forma del miedo y la envolvieron en arte.

La forma que hallaron, la forma que arroparon, era la inmensidad del vacío.

En sus relatos, el hombre debía enfrentarse a seres de tal magnitud y poder que reducían cualquier concepto humano al estatus de papel mojado. ¿Qué sentido tiene hablar de bien o mal, de justicia o perversidad, de verdad o mentira, de mucho o poco, estando frente a un coloso que aplasta mundos al moverse como nosotros hormigas al caminar, para el que crear o destruir maravillas inimaginables es tan natural como lo es para nosotros el acto de respirar? La locura era siempre la única alternativa viable tras este tipo de experiencias, una locura total en la que el individuo pierde incluso su identidad más básica frente a una verdad incontestable: el hecho de saber que, frente a la escala del cosmos, es menos que nada. Y peor aún, debe enfrentarse a la evidencia de que todo su entramado de creencias no son más que humo y espejos.

Y es que, desde siempre, el ser humano ha tenido la presunción de pensar que todo puede ser cognoscido, y justificado o denigrado. Ha creído que puede saber de qué están hechas las cosas, que puede predecir e incluso domar la realidad, que puede dar nombres a las cosas y así aprehenderlas. Ha creído que dos mas dos son cuatro. Cuando una pura entelequia como es el dos o el cuatro no tienen siquiera visos de ser reales de un modo concreto, como tan brillantemente demostró Wittgenstein. La realidad no necesita reglas, no las quiere: somos nosotros los que, desesperadamente, nos esforzamos por convencernos de que nuestro entorno puede adecuarse a concepciones preexistentes o puramente virtuales. Cualquier lenguaje, ya sea hablado, escrito, numérico o incluso anímico, no es más que un conjuro que teje alrededor del individuo la ilusión de que todo tiene un sentido que él puede comprender. Una bonita burbuja en la que es libre, y puede responder de sus actos.

¿Y qué hay tras la burbuja? Distancias tan abismales que no pueden ser concebidas por la mera imaginación humana, y el devenir de un tiempo eterno que causa mareos con su sola intuición. El Universo no necesita del hombre, ni realmente de nada; le va bastante bien solo, muchas gracias. Enfrentados a este exterior extraño e incomprensible, a la humanidad no le queda otra que olvidar la esperanza, perder la cabeza, y aullar con la garganta rasgada para poder entonar vocablos alienígenos con toda la potencia de sus pulmones “¡¡¡Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu R´lyeh wgah´nagl fhtagn!!!”.



Y hasta aquí mi alegato. Ahora que ya os he vendido la moto, he de confesar que realmente no pienso todo esto que he dicho, simplemente me he limitado a expresar las ideas lovecraftianas mas básicas. El problema del que hablaba en la entrada que mencioné al principio de este texto no proviene de aquí, y tengo mis propias respuestas a los enigmas que he planteado. Para empezar, que Wittgenstein era un estirado hijoputa lo tengo clarísimo.

No, lo que quiero ver es cómo respondéis vosotros. Si podéis.

martes, 12 de mayo de 2009

1492

En un arrebato, ayer me hice un fotolog. La razón es bastante sencilla: necesitaba otro medio de expresión para las ideas que, por breves o escuálidas, acababan por no salir en este pequeño rincón que me monté. Así que nada, otro rinconcito más en la Red para mis idas de olla.

Eso no significa que abandone el blog, ni mucho menos. Simplemente dejaré para aquí lo verdaderamente importante.

En fin, si alguien tiene curiosidad por esas otras pequeñas neuras del día a día, aquí está la dirección del dichoso flog: http://www.fotolog.com/aksanspage

Dicho esto, hasta otra. Salud y buena ventura.

lunes, 4 de mayo de 2009

He tenido un (réquiem por un) sueño

Ayer, siguiendo el consejo de una de las personas más fascinantes que he podido conocer últimamente, tomé un momento de mi tiempo y fui a desayunar a la terraza de casa de mi madre.

Para empezar, nunca desayuno, y de un tiempo a esta parte limito a una mis comidas diarias. También acostumbro a vivir en un cuarto cerrado sin luz natural. Desde niño quise saber cuáles eran mis límites: resistencia al dolor, a la fatiga física o mental, al hambre y a la sed, a la falta de sueño… quería saber dónde me permitía llegar mi cuerpo, y casi había olvidado el relax anímico que se obtenía al tomarse un momento por la mañana y comer alguna cosilla.

Así que ahí estaba yo, con un par de galletas de arroz en la mano, mascando distraído mientras reposaba mi peso en una de las tumbonas y me dedicaba a admirar un horizonte harto conocido pero aún así lleno de significados. Las casas del pueblo se apretujaban unas contra otras de manera casi aleatoria, conspirando con robar un poco más de terreno al barranco pedregoso y a los montes preñados de pinos que se extendían tras ellas, a penas surcados por una carretera o dos: una metáfora perfecta de la antinaturalidad de lo humano. Y como siempre, comencé a divagar sobre temas.

¿Qué sería, por ejemplo, de las gentes que vivían en las casas? Por lo que yo sabía, no lo llevaban bien: la nave de una empresa que estaba cerca del pueblo, que ofrecía trabajo a la mayoría de la población del mismo, estaba haciendo despidos y se rumoreaba que pronto cerraría. Los muros que contemplaba debían encerrar a gente preocupada, quizá incluso desesperanzada, que se afanaba en salir de un trance de la mejor manera posible. Pero allí seguían, de pie, en la brecha, levantándose cada mañana, comiendo. Sus niños continuaban su aprendizaje, memorizando su lección sin ser aún muy conscientes que de poco les serviría en la vida. Y así, la máquina seguía en marcha, con sus engranajes bien engrasados.

Pero, ¿por qué?

¿Por qué se levantaban? ¿Por qué comían? ¿Por qué aprendían? No había ninguna respuesta al hecho de que estuviesen allí, vivos y perceptivos, interactuando con una realidad para la que son menos que nada. Se deslomaban por ganar el dinero con el que pensaban que su vida mejoraría, pero eso sigue sin ser un motivo. Se movían de forma tan maquinal como mi mano acercando la galleta de arroz a mi boca. Ponían el mismo interés en desentrañar la finalidad de su vida que yo en mi desayuno.

Y sabía que yo era incluso peor que ellos. Sé perfectamente que, en mi desidia, hace tiempo que he tirado mi futuro por la borda, y aún eso es insuficiente. Miro atrás, reflexiono sobre quién he llegado a ser, y no encuentro un motivo sólido que justifique mis luchas, mi deseo de ser un hombre bueno. No encuentro nada que me impulse a seguir con lo que quiera que esté haciendo con mi destino en estos momentos: sigo levantándome, sigo con mis trabajos, sigo encargándome de la radio y los cineforums, sigo visitando a mi madre, pero lo hago por hacer. Y, tonto de mí, aún albergo esperanzas de conseguir pequeños goles, como un quehacer al que pueda dedicar mi vida o una persona significativa con quien compartirla. Hay quien diría que ya debería haber aprendido.

No hay una sola razón que justifique de forma inequívoca mis actos, o mi mero ser. Suelo decir que, a pesar de que la felicidad fuese un concepto imposible, su búsqueda ya daba sentido al hecho de la búsqueda misma, pero en ese momento me encontré sin palabras. No hay meta, ni objetivo, que sea tautológico. Si tengo la infinita soberbia de seguir hollando este mundo debe ser por algo muy parecido al motivo por el cual, aún sumido en mis neuras, sigo pegando bocados a la dichosa galleta de arroz.

Todo esto me ha servido únicamente para una cosa. Ahora sé mejor que nunca por qué no suelo tomarme un rato y desayunar.

viernes, 20 de febrero de 2009

¡Y Cinema Paradiso digievoluciona a...

... Cinema Paradiso en directo! (aplausos)



Pues sí, nobles lectores, ciertamente. Cinema Paradiso, el espacio cinéfilo radiofónico que llevamos regentando ya como cuatro meses el ilustre lord Dídac Gimeno y vuestro humilde servidor de férrea testa, no deja de crecer. Por supuesto, podrá seguir escuchándose todos los viernes puntualmente a las 00:00 en la 104.4 FM para la ciudad de Valencia o en http://www.radioklara.org/spip para el resto del globo. Ya archivamos sendos éxitos al conseguir una inyección de tiempo para el programa, alargándolo hasta la hora y media, y al lograr la redifusión de programas atrasados en otros horarios mas cómodos de la semana, pero no íbamos a dejarlo ahí, no señor: nuestro sueño no tiene fronteras.

La buena nueva es que la Sala Matisse (Calle Campoamor 60, cerca de la Plaza del Cedro, en Valencia), paladina de las artes y la cultura, amén de sacrosanto abrevadero nocturno para las gentes de vida alegre, nos abre sus puertas para llevar nuestro experimento comunicacional un paso más allá, hacia el coloquio con público en vivo. El proyecto, al que hemos tenido a bien llamar "Free Cinema: películas en la oscuridad", a parte de ser enteramente gratuíto, con lo que no se cobrará entrada ni se obligará a consumición alguna, constará de una breve presentación de la película a tratar, su visionado conjunto en la sala y la posterior charla en que se hablará de sus aspectos humanos, argumentales y técnicos, incitando a todos los participantes a intervenir y proponer si se ven dispuestos a ello. Para el buen funcionamiento del evento contamos con el equipo técnico que la sala pone a nuestra disposición, y con las más amplias de las libertades de elección y expresión, por lo que pasarán por nuestras manos películas mudas, clásicas, contemporáneas, de autor, independientes, vanguardistas y un largo etcétera. Con el tiempo, y si hay el suficiente apoyo por parte del público, incluiremos otras atracciones como recitales de poemas, pintores obrando su arte en directo o músicos tocando durante los coloquios (o incluso durante la película, si ésta es muda).

El primero de estos cinefórums tendrá lugar inequívocamente el próximo día 11 de marzo. La hora exacta de comienzo, así como las fechas y horas de los demás eventos subsiguientes serán aunciadas con la debida antelación tanto en el programa de radio, como en el foro de dicho programa ( http://www.cinemaparadiso.creatuforo.com ) y en la página del pub anfitrión ( http://www.salamatisse.com ).

Esperando que la noticia os ilusione tanto como a mí, rogaría de quienes ésto leeis dos posibles reacciones: o vuestra inestimable presencia en el coloquio, donde pondremos todo nuestro esfuerzo para que salgáis de él más sabios y felices; o, por imposibilidad y/o desgana, su propaganda, ya sea por el boca a boca como por un escueto anuncio allá donde veáis que os es posible ponerlo, para lo que os facilito el cartel oficial del programa al final de esta misma entrada. Con ello, no solo contribuiréis a garantizar las ilusiones de dos locos que un buen día decidieron compartir la fuente de sus placeres con los demás, sino que os ganaréis la más eterna de mis gratitudes, que de hecho os doy ya de antemano.

¡Adelante, camaradas, sin desfallecer! Por el saber, por la cultura, por el arte, por la belleza... ¡hasta la victoria siempre! ¡Y que les den mucho por culo al señor Osito Bautismal, al Monarca del Pavo de Freidora y a los demás cerdos de La Innombrable!

miércoles, 18 de febrero de 2009

El club Silencio



No hay banda.

No hay banda, y sin embargo oímos. Y en el acto de oír, hacemos nuestro lo oído. Convertimos los sonidos en un tamiz de sensaciones, porque nos sentimos impelidos por ellos, hablados desde una instancia superior, interna o externa. Porque los sentimientos, los sueños, las esperanzas que encontramos, han de tener por fuerza un germen. Porque, bebiendo de la experiencia, damos paso a la razón: ese ligero sonido picante me produce un cosquilleo verde, y por tanto debo estar alegre; aquél estruendo afilado me sitúa ante la visión del cuadro vertiginoso, y por tanto debo estar sereno; o ese continuo ruido sibilante obnubila mi tacto, y por fuerza estaré triste. Sinsentidos que se prolongan hasta el final de su consecución, pero que igualmente sentimos. Y nos sometemos, no sin cierto deseo.

Porque no hay banda. No hay orquesta. Y sin embargo, debe haberla. Porque estamos aquí, y no es posible que estemos solos. No es posible que seamos solo eso.

Pero no la hay. Todo son daimones, genios ilusorios, espectros de muerte comerciando con gamas de humanidad para ocultar su desnudez. Para ofrecernos falso consuelo y hacernos olvidar los únicos miedos legítimos que podemos tener, los temores al infinito, al vacío de la inmensidad lovecraftiana. Y entonces trocamos nuestro rostro, y transformamos el júbilo liberador que nos otorgan sus alhajas en máscaras de nuevo miedo o recién inventadas alegría y tristeza. Con ellas corremos a exhibirnos ante el gentío, conscientes de su infinitamente compleja hermosura pero descuidados de su misterio, mientras gozamos de su impacto y del cambio que produce en las máscaras de quienes nos sondean o por los que nos interesamos. Gigantino teatro éste, magna mascarada, de pasos tan rebuscados que se diría obra de un enfermo, donde danzamos bien dispuestos.

Pero no hay banda, no. Nos ocultaremos por siempre esta perspectiva, para no ver su absurdo. Nuestro absurdo.

Porque, ¿quién se atreve a decir que nuestras lágrimas no son legítimas? ¿Que esas mariposas no están en nuestro estómago? ¿Qué la bilis no inunda nuestra boca, y la sangre no ciega nuestros ojos? Eso es real. Es real. ES REAL. Está ahí, queramos o no (aunque siempre queremos, siempre), y tengamos o no razones para alojarlo en nosotros.

Y con todo, no hay banda. Nunca la hubo. Todo es una ilusión.

Todo es.

Una.

Ilusión.

Escuchad ahora, amigos míos, escuchad y estad atentos:










Escuchad el Silencio. Disfrutad ese instante ínfimamente minúsculo pero ominoso, en que sois vosotros por fin, desnudos, originales, íntegros. Reales. Por fin, absoluta e inequívocamente, reales. Liberados por la catarsis del enfrentamiento metafísico, absueltos de las dos pesadas cadenas de los mundos exterior e interior.

Pero aún así, sin ser libres. La libertad es siempre una cadena, necesaria, sí, pero no por ello menos engorrosa. Y volveremos por ella al vals lunático, con sus sensaciones desconcertantes, sus responsabilidades, sus protocolos y su inseguridad. Porque ahí también hay algo nuestro, pero no por ello hemos de olvidar lo aprendido: que tras toda la apariencia subyace una sustancia, un algo primordial que siempre debemos tener en consideración. Como el campesino del cuento corto “Ante la Ley”, de Franz Kafka, nos encontramos ante algo que jamás podremos tocar, pero que está ahí y es para nosotros, y de nosotros.

Volved ahora a vuestro concierto, es un retorno necesario y no quiero retrasaros. Por mi parte, haré lo propio.

Propicia existencia.

lunes, 9 de febrero de 2009

Un tío que surgió del frío

Parafraseando libremente a Grant Morrison: esto no es una historia. No va de nada. Leedlo si os apetece.

Este invierno llega a sus postimetrías, y como siempre me pasa cuando sucede, siento que se me ha jodido el tenderete. Este año, de hecho, lo siento doblemente: supongo que mucha gente querrá mi cabeza tras leer esto, pero ha sido un invierno de mierda. Pocos días fríos, y de poca calidad, valga el refinamiento innecesario.

Por mi físico y actitud peculiares, estoy acostumbrado (aunque no complacido en absoluto) a atraer miradas sobre mí, y más en invierno, donde al parecer destaco por llevarle la contraria al mundo con mi costumbre de no llevar nunca ropa de abrigo de ningún tipo. Esto es porque ya desde bien pequeño el frío me ha producido una curiosa sensación de placer de la que gozo sobremanera. Normalmente, a quien me pregunta le digo que no experimento sensación alguna de frío, para no tener que explayarme en algo que igualmente caería en saco roto, pero aquí debo confesar la verdad: siento el frío igual que todo hijo de vecino, o al menos eso creo, ya que no puedo mesurar las sensaciones ajenas. Y es precisamente este sentir el que me agrada.

Conservo en mi recuerdo con claridad meridiana los dos momentos más fríos de mi vida. El primero, el más intenso, durante mi niñez temprana, una noche de Navidad en que había sido arrastrado a celebrar el evento con mi familia en la pequeña casucha de campo que mi abuelo paterno tenía en Segart, durante un invierno que dejaría a los recientes a la altura de un abanicamiento de pai-pai. Un primo mío y yo logramos, a altas horas de la madrugada, burlar la vigilancia de nuestros borrachos padres para salir a jugar fuera, siendo el último de estos juegos una tonta competición de resistencia en la que nos quitamos los abrigos y nos quedamos bien quietos, sentados en un banco, dejando que el viento inclemente nos considerase sus juguetes. Fue ahí, liberado de la sobreprotección materna conformada por gruesas capas de abrigo, que descubrí este singular goce mío, absurdamente indescriptible. El segundo momento, avanzando algo en el tiempo, se dio durante una excursión con el colegio a un bonito paraje montañés que, para mi maravilla, estaba nevado. Durante una de las caminatas, le presté mi chaqueta a una compañera que no dejaba de quejarse de la temperatura, en un falso alarde de galantería que disimulaba mi deseo de experimentar ese sentir lacerante en mis miembros desnudos. Para cuando me descubrió el tutor, tenía unos hermosos brazos morados hasta donde quedaba mi manga, bien subida, y también, aunque esto nadie nunca lo supo, una de las mejores vivencias de mi vida. Por supuesto, se han dado otras ocasiones, como la que siempre sale a coalición cuando se da el tema y uno de los testigos del suceso se encuentra cerca, durante el inolvidable viaje a París-Brujas-Gante, en que mi cabezonería de degustar los helados de la zona en manga corta, en medio de aquél delicioso clima nórdico, causaron impresión y habladurías.

Y de allí, aquí, como siempre. Desde esa primera experiencia infantil he seguido procurándome siempre que he podido el que a día de hoy es uno de los pocos placeres puramente físicos que me quedan, en contrapartida a los muchos psíquicos que he ido cultivando. Y ha acabado imperando en muchos aspectos de mi vida. Sigo, por ejemplo, prefiriendo la comida un poco fría, las duchas de agua fresca, los tejidos porosos en confección holgada y, en mi escasa vida sentimental, me sorprendía a veces más excitado con el roce de unos brazos o unos hombros fríos que palpando otras zonas característicamente cálidas. Esto me hace pensar, a veces, si ese primigenio y aparentemente intrascendente trastoque de valores me ha marcado como persona.

Soy un tipo esencialmente racional. Quien me conozca un poco, en persona o habiendo leído estas pajas mentales del blog, sabe lo obtuso que puedo llegar a ser para ciertas materias. He sentido fuegos en mí, eso es cierto, llamaradas de pasión, luminiscentes y hermosas… y temporales. Perecederas. Porque una hoguera que arde mucho es difícil de mantener, y la vida, como el universo, es entrópica. Pronto vuelve la vena mental, con sus heladas herramientas, dispuesta a normalizarlo todo, a verbalizarlo y a almacenarlo para su aprendizaje. Y es entonces cuando verdaderamente estoy cómodo, en mi elemento, lejos de esos estallidos de calor que me dejan anonadado y confuso. Es entonces, y solo entonces, cuando puedo ser yo. Y esto, se ve, es algo que no comparte la humanidad conmigo, aunque aún puedo controlarlo y luchar por ello.

Pero (aún) no controlo la naturaleza y sus estaciones. Pronto llegará de nuevo el verano, como tiene por desagradable costumbre hacer, y me veré de nuevo fatigado, sudoroso y miserable, en mi cruzada por tapar mi cuerpo tras ropa oscura y amplia debido a mis complejos. Sin embargo, hay otra cosa que me perturba más, que emponzoña con bilis mis éxtasis invernales. Una pequeña vocecita, a penas audible, que susurra siempre en mi cabeza, finalizados mis pequeños placeres.

Una vocecita acerada que susurra “¿es bueno ser tan inhumano?”

lunes, 26 de enero de 2009

Videódromo

¡Muerte al Videódromo! ¡Larga vida a la Nueva Carne!”. Tales son las palabras finales de Max Renn, el amoral productor televisivo reconvertido primero en frío asesino descerebrado y luego en paladín liberador de la forma humana interpretado por James Woods, protagonista de la película Videodrome (1983) de David Cronenberg. Esta declaración pretendía ser profética, anunciando un futuro en que lo natural y lo artificial serían indistinguibles, con seres humanos postbiológicos, máquinas orgánicas y una percepción del mundo que trascendiese cualquier tipo de sustancia y corporalidad. Una suerte de deus ex machina entendido desde el punto de vista cyberpunk. Y, en cierta manera, han dado en el clavo describiendo nuestros días, aunque con su significado seriamente corrompido, manipulado de manera insidiosa.

La Nueva Carne iba a ser la liberación de la forma como método funcional de distinción y asimilación. Sin embargo, ¿qué hay de nuevo en nuestra carne, la “carne media”, salvo algún que otro cáncer desde luego nada funcional? ¿Dónde ha quedado esa extremidad o ese corazón artificiales que tanto hicieron devanarse los sesos a Asimov y a P. K. Dick? ¿Dónde los fantásticos superpoderes de la mujer biónica o la percepción cibersensible de la teniente Motoko Kusanagi? Siguen siendo ficción inalcanzable, y sin embargo sí hemos logrado dominar otro tipo de químicas y cirugías: las del lujo.

Una larga cabellera soltando destellos de oro y nácar al ondear mecida por la brisa. Unos pechos de impresión, turgentes y tan firmes que desafían a la gravedad con su curvatura. Un culito redondo y duro de los que se encuentran pocos. Un vientre plano cual tabla, con la cadera conformando una sugerente V coronada por el punto umbilical. Unos muslos tersos y poderosos a semejanza de antiguas columnas griegas. Y una piel lisa y suave como la de un bebé. Tal es el mejor cuerpo que el dinero puede comprar, y que efectivamente acaba adquiriendo. Y tal es el verdadero lujo de nuestra era: la impresión de juventud. Las mayores fortunas del mundo ya no se invierten en la búsqueda y captura de objetos raros, gargantuescas mansiones o algún tipo de goce bizarro. Por supuesto, queda muy lejos de la mente de cualquier persona cabal la inversión de dichas fortunas en alguna empresa cuyo beneficiario no sea el propietario original del dinero, faltaría más. No, ahora el capital sirve para remodelar cuerpos, en una burla estética a la verdadera belleza natural, con hechuras recauchutadas que se pavonean impúdicamente por doquier, a penas tapadas por las idas de olla hechas ropa de cualquier diseñador considerado chic. Un pervertido culto a la apariencia, sin viso alguno de elegancia auténtica, cuyo objetivo no es otro que responder a ese guante lanzado tiempo ha al dinero por el sentido común: comprar la veneración, el amor incondicional. Y tristemente lo está consiguiendo, gracias a un aliado inesperado.

En la película mentada al principio, el Videódromo era un siniestro grupo de gente que, al modificar el cuerpo de Max Renn y abrirle una entrada en su vientre (con una forma sospechosamente parecida a la de una vagina), lograban hacerse con su voluntad introduciéndole vídeos por ella que le convertían en un mero títere bajo las directrices escritas en la cinta. Vuelve a haber un siniestro y trastocado paralelismo con nuestra realidad, concerniente esta vez a la gente normal, a nuestra clase media-baja tan usual y mundana. Vuelve a relucir por segunda vez en este humilde blog la alarmante falta de criterios que su autor aprecia en el mundo, y estamos hablando de un ferviente antropocentrista…

Se me cae el alma a los pies cuando, en mis brevísimos ratos como televidente, alguno de tantos anuncios alienantes asalta mi consciencia desde la pantalla del televisor. Hablo no solo de esos productos cosméticos del nuevo lujo, sino también y sobre todo de esas insufribles campañas de descarga de cosas a móviles, o de esos concursos y sorteos que tanto proliferan ahora con la crisis. La última afrenta, la más grave, la de una execrable lotería que, según el anuncio, debe anteponerse a determinadas necesidades fisiológicas como el hambre o la micción. El no va más en mentira vital y falsa autosatisfacción, que es al fin y al cabo el viejo método del pan y el circo, vaya. Y esto es solo la punta de un iceberg colosal: gran parte de la producción audiovisual destinada a la masa, el mundo de la música rentable e incluso me atrevería a decir que ciertas nuevas vanguardias consideradas artísticas conforman la mayor burla al individuo de la historia, repitiéndole hasta el punto de la aceptación que no necesita de guías, puesto que todo lo que se le ofrece es bueno y puede (y debe) cogerlo. Que la felicidad le va en ello. Y con todo lo dicho acaba de estructurarse la gran máquina, pero no con un dios en su interior, sino con el más vil de los demonios.

Pagamos a los nuevos ricos por cuatro minucias carentes de belleza e incluso de sentido, para que ese dinero sea gastado a su vez en nuevos y falsamente hermosos cuerpos que se granjean nuestra simpatía falta de sentido común convirtiéndoles en famosos y en personas relevantes pese a no haber hecho méritos para ello, lo que nos empuja a seguir hipotecando nuestra vida persiguiendo simples espejismos. El tiempo de los estetas ha muerto, aniquilado por esa filosofía del todo vale que tanto ha triunfado también en las demás facetas de la existencia. No habrá réquiem para ellos, como no lo habrá para todo lo verdaderamente importante que estamos tirando a la basura, tan afanados por sustituirnos los ojos por un tubo de rayos catódicos y abrirnos el pecho para que por él se nos introduzca el disco de datos que marcará nuestros deseos.

¿Qué es lo que gritaría Max Renn de vivir en esta trampa de locos? Probablemente quisiera cambiar de película, y enunciar el discurso que Ramón dedica a sus tropas en la película Acción mutante (1993) de Alex de la Iglesia: “La sociedad nos trató como mierda, ¡y ahora les vamos a dar por el culo! El mundo está dominado por niños bonitos, por hijos de papá. Dios… ¡basta ya de mierdas light! ¡Basta ya de colonias, de anuncios de coches, de aguas minerales! ¡No queremos oler bien, no queremos adelgazar!

Con esto en mente, y mientras espero en regresar a mi visión normal, confiada y optimista en los logros y potencialidades del hombre, me permitiré soñar un ratito con una verdadera revolución cultural que acabe con todo lujo y privilegio inmerecido. Sería bonito…

¿Verdad?

domingo, 18 de enero de 2009

La parca y la doncella

Nacemos para morir. Ésta es quizá la única verdad que solo tiene una cara, y la segunda de las dos certezas absolutas que podemos tener. Existimos, pero vamos a dejar de hacerlo. Eros y thanatos. El resto de cosas, si es que realmente las hay, vienen luego.

Y el caso es que esta verdad, tan inocua que parece desnuda, es el motor original de las luces y sombras de la raza humana. Mi experiencia dice que la gran mayoría de la gente no desea morir, o espera que haya algún tipo de existencia tras su fallecimiento. Y, sinceramente, estas dos perspectivas me aterrorizan. En el infierno que describe Dante, toda pena impuesta a sus habitantes se ve magnificada por el hecho de ser eterna: encontramos aquí la síntesis de los dos deseos anteriores, una segunda existencia sin visos de final, que es de hecho el más atroz de los castigos, pues en ella hasta la nobleza o el amor se envician. Llevando la afirmación incluso a un punto más lejano, podríamos especular con que quienes esto desean no han vivido realmente. Claro que esta no es una postura tan simple como la enunciada al principio, y por tanto tiene dos caras, que me gustaría diseccionar.

Para desarrollar esta postura me temo que necesitaré de dos vídeos musicales, cuya letra ayuda a llevar a buen término mi discurso. Lamento consumir con ello más tiempo del necesario, queridos lectores, pero a parte de considerarlo necesario creo que disfrutaréis más con ellos que con el texto en sí (cosa harto fácil, por otra parte). Conocí ambas canciones gracias a la fantástica película de animación The end of Evangelion, de la que forman parte como BSO. Aquí va la primera:



De buen comienzo, su nombre resulta clarificador. “Thanatos, if I can’t be yours” (Thanatos, si no puedo ser tuya) puede leerse como una simple canción romántica al uso, pero es su título el que nos da la pista definitiva, y con ello la comprensión de una gran verdad. La vida canta a la muerte, conformando una unidad que pierde su sentido con la merma de cualquiera de los dos componentes.

Pensar que la vida es algo pasivo es un error. Existimos, pero no siempre estamos vivos, y diariamente sufrimos pequeñas muertes que acaban con nuestra racha de vitalidad. Entre estas causas, quizás el miedo a la propia muerte sea la más mundana y frecuente de todas. Es ese miedo que nos hipnotiza en su contemplación, como pequeños animales delante de un gran depredador, y nos hace perder de vista nuestra voluntad al sumergirnos en un torrente de morbosidad inevitable. Ya solo con esto vivimos mucho menos de lo que podríamos en nuestro devenir, lo que es más lamentable que la propia extinción. Y como todo miedo, proviene del desconocimiento.

La muerte no es algo tan terrible. Bien mirado, es por ella que se conforman ciertas pautas de nuestro día a día. Suelo quitarme el sombrero ante aquellos que justifican la vida mediante su opuesto: si hacemos de nuestro corto y brutal paso por el mundo algo bello y productivo es precisamente porque sabemos que vamos a dejarlo, y será la única vez que estemos en él. Quien ama la vida, experimentándola en toda su grandeza, es porque ama su muerte, porque la ha abrazado, la ha invitado a pasar junto con tantas otras cosas que llenarán su mente y darán forma a sus deseos y aspiraciones. Porque la acepta sin temor venga en el momento que venga, tomando conciencia de la propia fragilidad, de lo absurda que puede ser a veces al presentarse en forma de un resbalón en la ducha o una inoportuna torcedura de tobillo mientras se bajan unas escaleras, o de lo onerosa si viene en forma de una dolorosa enfermedad.

Se enuncia así una de las formas más perfectas de la ataraxia griega. Y sin embargo, todo esto tiene un fallo. Para discutirlo, primero he de dar paso al segundo vídeo, que espero que os guste tanto o más que el anterior:



Komm susser tod” (Ven, dulce muerte) expone el tema en toda su crudeza. La muerte es, en esencia, el fin del mundo. No de su existencia física, pero sí de la percepción que de él tenía un ser, que es al fin y al cabo lo único que puede importar y que da sentido al universo: un observador.

Nadie dijo que vivir fuese fácil, y menos aún hacerlo amando la vida, y por tanto la muerte. Porque, aunque la existencia puede ser egoísta, la vida es inviable mediante ese camino. Necesita no solo nuestro amor, sino el amor de otros, y el enriquecimiento que esos otros puedan proporcionarnos aunque sea para continuar con nuestro propio camino. Por ello, suele escapar a nuestra voluntad, a nuestros cálculos, regalándonos muchas veces amargos pesares cuando eso ocurre, si es que no alguna otra cosa peor. Y amar el dolor, en cualquiera de sus formas, es algo harto complicado.

Hemos roto la ataraxia. Aunque en un lado de la balanza estén la parca y la doncella, en el otro se acumulan la decepción, la desesperanza, la añoranza y la traición, como gordas y enfadadas serpientes venenosas. Y eso puede llevar al error de invertir el binomio, y hacer del thanatos la forma de abrazar el eros. El suicidio, al fin y al cabo, como método de justificación de las acciones vitales. Triste trampa en la que muchos caen y que lleva a perder todo lo conseguido. Un Apocalipsis totalmente fútil.

Vemos así el cuadro en toda su gloriosa complejidad. Una vida buena necesita de grandes esfuerzos, de minuciosos cálculos de placer y dolor que no aseguran que su resultado sea el que acabe teniendo lugar finalmente. Exige la cata de todos los vinos ofrecidos, dulces, amargos, e incluso podridos. Y no hay premio, tan solo el vacío.

Sabiendo esto, ¿todavía deseáis vivir eternamente? Yo, desde luego, no aceptaría nunca esa clase de trato. Hago mi mejor esfuerzo de vivir el mayor tiempo posible, pero espero darme por agradecido en el momento en que mi todo se vuelva por fin una tranquila nada en la que reposar plácidamente aniquilado.

Porque amo, muero. Y muriendo sé que he vivido.

jueves, 1 de enero de 2009

Otra vuelta de tuerca

No, tranquilos, no voy a hablar de fantasmas. Los que poblaban la novela que da título a esta entrada no van a campar por aquí. Si acaso, unos distintos, los propios de cada uno.

Me temo que esto va a ser brevísimo, pero ya dicen que la esencia se guarda en frasco pequeño. Supongo que mucha gente que ha criticado la extensión de mis textos lo agradecerá, así que al grano.

2008 ha muerto. Viva el 2008. Ha sido sin duda un año de grandes pesares y momentos complejos, tanto para mí como para la gente que quiero, y sin embargo... creo que eso nos ha hecho crecer un poco más. Al mirar las caras que suelen pulular a mi alrededor veo más madurez, más entereza. Ahora comenzamos a vivir nuestras vidas, y eso siempre es una gran noticia, por duro que sea.

Ha sido un tiempo productivo, lleno de experiencias: he asistido a la pérdida de una persona querida por parte de un amigo; dos grandes colegas han encontrado una media naranja con la que compartir alegrías y pesares, y muy probablemente una tercera haya encontrado a otra persona especial; he podido conocer mejor a multitud de personas interesantes como Bea, Raf, Miguel, Mónica, Elisa, Saúl y la peña del foro de Slayers, aunque de algunas de ellas me separe la distancia (cuán lejos quedan las Baleares, Barcelona, Alicante o Galicia); me he ratificado en mi vocación, he encontrado varios proyectos que me ilusionan y también un trabajo en el que por primera vez me siento un poco realizado; me han sido narradas las peripecias del inigualable Solaz por la Europa de la fiesta, y también las grandes gestas del coloso Jose David en el ejército español; he visto mucho cine, leído muchos comics y libros interesantes, jugado memorables partidas de rol, y me he corrido unas cuantas juergas de órdago, algunas de ellas con extraño final (ya puedo decir que he visitado un museo a las 5:30 de la madrugada).

El 2009 no nos promete más que incertidumbre. Tras haberse desvelado la gran mentira que era la era de Acuario, no solo tenemos que sufrir las consecuencias de una sociedad enferma y una mala gestión del mundo, sino que también hemos de enfrentarnos a la responsabilidad de nuestras propias elecciones y al paulatino pero imparable ingreso en el mundo adulto de responsabilidades y autoría. Sin embargo, como en todos los principios de año, quiero permitirme un poco de ilusión y soñar con que todos alcancemos nuestras metas. Son malos tiempos, pero a fe mía que todos aquí tenemos un buen par de cojones, o unos monstruosos ovarios de guerra.

Para ayudaros a compartir esta esperanza, os dejo por ahora con la única canción navideña que me gusta escuchar, el In dulci jubilo interpretado por ese genio de la música que es Mike Oldfield, que como siempre se lo monta él solo tocando todos y cada uno de los instrumentos, para luego crear la melodía.



Hasta más ver, elegantísimas personalidades.