viernes, 20 de febrero de 2009

¡Y Cinema Paradiso digievoluciona a...

... Cinema Paradiso en directo! (aplausos)



Pues sí, nobles lectores, ciertamente. Cinema Paradiso, el espacio cinéfilo radiofónico que llevamos regentando ya como cuatro meses el ilustre lord Dídac Gimeno y vuestro humilde servidor de férrea testa, no deja de crecer. Por supuesto, podrá seguir escuchándose todos los viernes puntualmente a las 00:00 en la 104.4 FM para la ciudad de Valencia o en http://www.radioklara.org/spip para el resto del globo. Ya archivamos sendos éxitos al conseguir una inyección de tiempo para el programa, alargándolo hasta la hora y media, y al lograr la redifusión de programas atrasados en otros horarios mas cómodos de la semana, pero no íbamos a dejarlo ahí, no señor: nuestro sueño no tiene fronteras.

La buena nueva es que la Sala Matisse (Calle Campoamor 60, cerca de la Plaza del Cedro, en Valencia), paladina de las artes y la cultura, amén de sacrosanto abrevadero nocturno para las gentes de vida alegre, nos abre sus puertas para llevar nuestro experimento comunicacional un paso más allá, hacia el coloquio con público en vivo. El proyecto, al que hemos tenido a bien llamar "Free Cinema: películas en la oscuridad", a parte de ser enteramente gratuíto, con lo que no se cobrará entrada ni se obligará a consumición alguna, constará de una breve presentación de la película a tratar, su visionado conjunto en la sala y la posterior charla en que se hablará de sus aspectos humanos, argumentales y técnicos, incitando a todos los participantes a intervenir y proponer si se ven dispuestos a ello. Para el buen funcionamiento del evento contamos con el equipo técnico que la sala pone a nuestra disposición, y con las más amplias de las libertades de elección y expresión, por lo que pasarán por nuestras manos películas mudas, clásicas, contemporáneas, de autor, independientes, vanguardistas y un largo etcétera. Con el tiempo, y si hay el suficiente apoyo por parte del público, incluiremos otras atracciones como recitales de poemas, pintores obrando su arte en directo o músicos tocando durante los coloquios (o incluso durante la película, si ésta es muda).

El primero de estos cinefórums tendrá lugar inequívocamente el próximo día 11 de marzo. La hora exacta de comienzo, así como las fechas y horas de los demás eventos subsiguientes serán aunciadas con la debida antelación tanto en el programa de radio, como en el foro de dicho programa ( http://www.cinemaparadiso.creatuforo.com ) y en la página del pub anfitrión ( http://www.salamatisse.com ).

Esperando que la noticia os ilusione tanto como a mí, rogaría de quienes ésto leeis dos posibles reacciones: o vuestra inestimable presencia en el coloquio, donde pondremos todo nuestro esfuerzo para que salgáis de él más sabios y felices; o, por imposibilidad y/o desgana, su propaganda, ya sea por el boca a boca como por un escueto anuncio allá donde veáis que os es posible ponerlo, para lo que os facilito el cartel oficial del programa al final de esta misma entrada. Con ello, no solo contribuiréis a garantizar las ilusiones de dos locos que un buen día decidieron compartir la fuente de sus placeres con los demás, sino que os ganaréis la más eterna de mis gratitudes, que de hecho os doy ya de antemano.

¡Adelante, camaradas, sin desfallecer! Por el saber, por la cultura, por el arte, por la belleza... ¡hasta la victoria siempre! ¡Y que les den mucho por culo al señor Osito Bautismal, al Monarca del Pavo de Freidora y a los demás cerdos de La Innombrable!

miércoles, 18 de febrero de 2009

El club Silencio



No hay banda.

No hay banda, y sin embargo oímos. Y en el acto de oír, hacemos nuestro lo oído. Convertimos los sonidos en un tamiz de sensaciones, porque nos sentimos impelidos por ellos, hablados desde una instancia superior, interna o externa. Porque los sentimientos, los sueños, las esperanzas que encontramos, han de tener por fuerza un germen. Porque, bebiendo de la experiencia, damos paso a la razón: ese ligero sonido picante me produce un cosquilleo verde, y por tanto debo estar alegre; aquél estruendo afilado me sitúa ante la visión del cuadro vertiginoso, y por tanto debo estar sereno; o ese continuo ruido sibilante obnubila mi tacto, y por fuerza estaré triste. Sinsentidos que se prolongan hasta el final de su consecución, pero que igualmente sentimos. Y nos sometemos, no sin cierto deseo.

Porque no hay banda. No hay orquesta. Y sin embargo, debe haberla. Porque estamos aquí, y no es posible que estemos solos. No es posible que seamos solo eso.

Pero no la hay. Todo son daimones, genios ilusorios, espectros de muerte comerciando con gamas de humanidad para ocultar su desnudez. Para ofrecernos falso consuelo y hacernos olvidar los únicos miedos legítimos que podemos tener, los temores al infinito, al vacío de la inmensidad lovecraftiana. Y entonces trocamos nuestro rostro, y transformamos el júbilo liberador que nos otorgan sus alhajas en máscaras de nuevo miedo o recién inventadas alegría y tristeza. Con ellas corremos a exhibirnos ante el gentío, conscientes de su infinitamente compleja hermosura pero descuidados de su misterio, mientras gozamos de su impacto y del cambio que produce en las máscaras de quienes nos sondean o por los que nos interesamos. Gigantino teatro éste, magna mascarada, de pasos tan rebuscados que se diría obra de un enfermo, donde danzamos bien dispuestos.

Pero no hay banda, no. Nos ocultaremos por siempre esta perspectiva, para no ver su absurdo. Nuestro absurdo.

Porque, ¿quién se atreve a decir que nuestras lágrimas no son legítimas? ¿Que esas mariposas no están en nuestro estómago? ¿Qué la bilis no inunda nuestra boca, y la sangre no ciega nuestros ojos? Eso es real. Es real. ES REAL. Está ahí, queramos o no (aunque siempre queremos, siempre), y tengamos o no razones para alojarlo en nosotros.

Y con todo, no hay banda. Nunca la hubo. Todo es una ilusión.

Todo es.

Una.

Ilusión.

Escuchad ahora, amigos míos, escuchad y estad atentos:










Escuchad el Silencio. Disfrutad ese instante ínfimamente minúsculo pero ominoso, en que sois vosotros por fin, desnudos, originales, íntegros. Reales. Por fin, absoluta e inequívocamente, reales. Liberados por la catarsis del enfrentamiento metafísico, absueltos de las dos pesadas cadenas de los mundos exterior e interior.

Pero aún así, sin ser libres. La libertad es siempre una cadena, necesaria, sí, pero no por ello menos engorrosa. Y volveremos por ella al vals lunático, con sus sensaciones desconcertantes, sus responsabilidades, sus protocolos y su inseguridad. Porque ahí también hay algo nuestro, pero no por ello hemos de olvidar lo aprendido: que tras toda la apariencia subyace una sustancia, un algo primordial que siempre debemos tener en consideración. Como el campesino del cuento corto “Ante la Ley”, de Franz Kafka, nos encontramos ante algo que jamás podremos tocar, pero que está ahí y es para nosotros, y de nosotros.

Volved ahora a vuestro concierto, es un retorno necesario y no quiero retrasaros. Por mi parte, haré lo propio.

Propicia existencia.

lunes, 9 de febrero de 2009

Un tío que surgió del frío

Parafraseando libremente a Grant Morrison: esto no es una historia. No va de nada. Leedlo si os apetece.

Este invierno llega a sus postimetrías, y como siempre me pasa cuando sucede, siento que se me ha jodido el tenderete. Este año, de hecho, lo siento doblemente: supongo que mucha gente querrá mi cabeza tras leer esto, pero ha sido un invierno de mierda. Pocos días fríos, y de poca calidad, valga el refinamiento innecesario.

Por mi físico y actitud peculiares, estoy acostumbrado (aunque no complacido en absoluto) a atraer miradas sobre mí, y más en invierno, donde al parecer destaco por llevarle la contraria al mundo con mi costumbre de no llevar nunca ropa de abrigo de ningún tipo. Esto es porque ya desde bien pequeño el frío me ha producido una curiosa sensación de placer de la que gozo sobremanera. Normalmente, a quien me pregunta le digo que no experimento sensación alguna de frío, para no tener que explayarme en algo que igualmente caería en saco roto, pero aquí debo confesar la verdad: siento el frío igual que todo hijo de vecino, o al menos eso creo, ya que no puedo mesurar las sensaciones ajenas. Y es precisamente este sentir el que me agrada.

Conservo en mi recuerdo con claridad meridiana los dos momentos más fríos de mi vida. El primero, el más intenso, durante mi niñez temprana, una noche de Navidad en que había sido arrastrado a celebrar el evento con mi familia en la pequeña casucha de campo que mi abuelo paterno tenía en Segart, durante un invierno que dejaría a los recientes a la altura de un abanicamiento de pai-pai. Un primo mío y yo logramos, a altas horas de la madrugada, burlar la vigilancia de nuestros borrachos padres para salir a jugar fuera, siendo el último de estos juegos una tonta competición de resistencia en la que nos quitamos los abrigos y nos quedamos bien quietos, sentados en un banco, dejando que el viento inclemente nos considerase sus juguetes. Fue ahí, liberado de la sobreprotección materna conformada por gruesas capas de abrigo, que descubrí este singular goce mío, absurdamente indescriptible. El segundo momento, avanzando algo en el tiempo, se dio durante una excursión con el colegio a un bonito paraje montañés que, para mi maravilla, estaba nevado. Durante una de las caminatas, le presté mi chaqueta a una compañera que no dejaba de quejarse de la temperatura, en un falso alarde de galantería que disimulaba mi deseo de experimentar ese sentir lacerante en mis miembros desnudos. Para cuando me descubrió el tutor, tenía unos hermosos brazos morados hasta donde quedaba mi manga, bien subida, y también, aunque esto nadie nunca lo supo, una de las mejores vivencias de mi vida. Por supuesto, se han dado otras ocasiones, como la que siempre sale a coalición cuando se da el tema y uno de los testigos del suceso se encuentra cerca, durante el inolvidable viaje a París-Brujas-Gante, en que mi cabezonería de degustar los helados de la zona en manga corta, en medio de aquél delicioso clima nórdico, causaron impresión y habladurías.

Y de allí, aquí, como siempre. Desde esa primera experiencia infantil he seguido procurándome siempre que he podido el que a día de hoy es uno de los pocos placeres puramente físicos que me quedan, en contrapartida a los muchos psíquicos que he ido cultivando. Y ha acabado imperando en muchos aspectos de mi vida. Sigo, por ejemplo, prefiriendo la comida un poco fría, las duchas de agua fresca, los tejidos porosos en confección holgada y, en mi escasa vida sentimental, me sorprendía a veces más excitado con el roce de unos brazos o unos hombros fríos que palpando otras zonas característicamente cálidas. Esto me hace pensar, a veces, si ese primigenio y aparentemente intrascendente trastoque de valores me ha marcado como persona.

Soy un tipo esencialmente racional. Quien me conozca un poco, en persona o habiendo leído estas pajas mentales del blog, sabe lo obtuso que puedo llegar a ser para ciertas materias. He sentido fuegos en mí, eso es cierto, llamaradas de pasión, luminiscentes y hermosas… y temporales. Perecederas. Porque una hoguera que arde mucho es difícil de mantener, y la vida, como el universo, es entrópica. Pronto vuelve la vena mental, con sus heladas herramientas, dispuesta a normalizarlo todo, a verbalizarlo y a almacenarlo para su aprendizaje. Y es entonces cuando verdaderamente estoy cómodo, en mi elemento, lejos de esos estallidos de calor que me dejan anonadado y confuso. Es entonces, y solo entonces, cuando puedo ser yo. Y esto, se ve, es algo que no comparte la humanidad conmigo, aunque aún puedo controlarlo y luchar por ello.

Pero (aún) no controlo la naturaleza y sus estaciones. Pronto llegará de nuevo el verano, como tiene por desagradable costumbre hacer, y me veré de nuevo fatigado, sudoroso y miserable, en mi cruzada por tapar mi cuerpo tras ropa oscura y amplia debido a mis complejos. Sin embargo, hay otra cosa que me perturba más, que emponzoña con bilis mis éxtasis invernales. Una pequeña vocecita, a penas audible, que susurra siempre en mi cabeza, finalizados mis pequeños placeres.

Una vocecita acerada que susurra “¿es bueno ser tan inhumano?”