lunes, 26 de enero de 2009

Videódromo

¡Muerte al Videódromo! ¡Larga vida a la Nueva Carne!”. Tales son las palabras finales de Max Renn, el amoral productor televisivo reconvertido primero en frío asesino descerebrado y luego en paladín liberador de la forma humana interpretado por James Woods, protagonista de la película Videodrome (1983) de David Cronenberg. Esta declaración pretendía ser profética, anunciando un futuro en que lo natural y lo artificial serían indistinguibles, con seres humanos postbiológicos, máquinas orgánicas y una percepción del mundo que trascendiese cualquier tipo de sustancia y corporalidad. Una suerte de deus ex machina entendido desde el punto de vista cyberpunk. Y, en cierta manera, han dado en el clavo describiendo nuestros días, aunque con su significado seriamente corrompido, manipulado de manera insidiosa.

La Nueva Carne iba a ser la liberación de la forma como método funcional de distinción y asimilación. Sin embargo, ¿qué hay de nuevo en nuestra carne, la “carne media”, salvo algún que otro cáncer desde luego nada funcional? ¿Dónde ha quedado esa extremidad o ese corazón artificiales que tanto hicieron devanarse los sesos a Asimov y a P. K. Dick? ¿Dónde los fantásticos superpoderes de la mujer biónica o la percepción cibersensible de la teniente Motoko Kusanagi? Siguen siendo ficción inalcanzable, y sin embargo sí hemos logrado dominar otro tipo de químicas y cirugías: las del lujo.

Una larga cabellera soltando destellos de oro y nácar al ondear mecida por la brisa. Unos pechos de impresión, turgentes y tan firmes que desafían a la gravedad con su curvatura. Un culito redondo y duro de los que se encuentran pocos. Un vientre plano cual tabla, con la cadera conformando una sugerente V coronada por el punto umbilical. Unos muslos tersos y poderosos a semejanza de antiguas columnas griegas. Y una piel lisa y suave como la de un bebé. Tal es el mejor cuerpo que el dinero puede comprar, y que efectivamente acaba adquiriendo. Y tal es el verdadero lujo de nuestra era: la impresión de juventud. Las mayores fortunas del mundo ya no se invierten en la búsqueda y captura de objetos raros, gargantuescas mansiones o algún tipo de goce bizarro. Por supuesto, queda muy lejos de la mente de cualquier persona cabal la inversión de dichas fortunas en alguna empresa cuyo beneficiario no sea el propietario original del dinero, faltaría más. No, ahora el capital sirve para remodelar cuerpos, en una burla estética a la verdadera belleza natural, con hechuras recauchutadas que se pavonean impúdicamente por doquier, a penas tapadas por las idas de olla hechas ropa de cualquier diseñador considerado chic. Un pervertido culto a la apariencia, sin viso alguno de elegancia auténtica, cuyo objetivo no es otro que responder a ese guante lanzado tiempo ha al dinero por el sentido común: comprar la veneración, el amor incondicional. Y tristemente lo está consiguiendo, gracias a un aliado inesperado.

En la película mentada al principio, el Videódromo era un siniestro grupo de gente que, al modificar el cuerpo de Max Renn y abrirle una entrada en su vientre (con una forma sospechosamente parecida a la de una vagina), lograban hacerse con su voluntad introduciéndole vídeos por ella que le convertían en un mero títere bajo las directrices escritas en la cinta. Vuelve a haber un siniestro y trastocado paralelismo con nuestra realidad, concerniente esta vez a la gente normal, a nuestra clase media-baja tan usual y mundana. Vuelve a relucir por segunda vez en este humilde blog la alarmante falta de criterios que su autor aprecia en el mundo, y estamos hablando de un ferviente antropocentrista…

Se me cae el alma a los pies cuando, en mis brevísimos ratos como televidente, alguno de tantos anuncios alienantes asalta mi consciencia desde la pantalla del televisor. Hablo no solo de esos productos cosméticos del nuevo lujo, sino también y sobre todo de esas insufribles campañas de descarga de cosas a móviles, o de esos concursos y sorteos que tanto proliferan ahora con la crisis. La última afrenta, la más grave, la de una execrable lotería que, según el anuncio, debe anteponerse a determinadas necesidades fisiológicas como el hambre o la micción. El no va más en mentira vital y falsa autosatisfacción, que es al fin y al cabo el viejo método del pan y el circo, vaya. Y esto es solo la punta de un iceberg colosal: gran parte de la producción audiovisual destinada a la masa, el mundo de la música rentable e incluso me atrevería a decir que ciertas nuevas vanguardias consideradas artísticas conforman la mayor burla al individuo de la historia, repitiéndole hasta el punto de la aceptación que no necesita de guías, puesto que todo lo que se le ofrece es bueno y puede (y debe) cogerlo. Que la felicidad le va en ello. Y con todo lo dicho acaba de estructurarse la gran máquina, pero no con un dios en su interior, sino con el más vil de los demonios.

Pagamos a los nuevos ricos por cuatro minucias carentes de belleza e incluso de sentido, para que ese dinero sea gastado a su vez en nuevos y falsamente hermosos cuerpos que se granjean nuestra simpatía falta de sentido común convirtiéndoles en famosos y en personas relevantes pese a no haber hecho méritos para ello, lo que nos empuja a seguir hipotecando nuestra vida persiguiendo simples espejismos. El tiempo de los estetas ha muerto, aniquilado por esa filosofía del todo vale que tanto ha triunfado también en las demás facetas de la existencia. No habrá réquiem para ellos, como no lo habrá para todo lo verdaderamente importante que estamos tirando a la basura, tan afanados por sustituirnos los ojos por un tubo de rayos catódicos y abrirnos el pecho para que por él se nos introduzca el disco de datos que marcará nuestros deseos.

¿Qué es lo que gritaría Max Renn de vivir en esta trampa de locos? Probablemente quisiera cambiar de película, y enunciar el discurso que Ramón dedica a sus tropas en la película Acción mutante (1993) de Alex de la Iglesia: “La sociedad nos trató como mierda, ¡y ahora les vamos a dar por el culo! El mundo está dominado por niños bonitos, por hijos de papá. Dios… ¡basta ya de mierdas light! ¡Basta ya de colonias, de anuncios de coches, de aguas minerales! ¡No queremos oler bien, no queremos adelgazar!

Con esto en mente, y mientras espero en regresar a mi visión normal, confiada y optimista en los logros y potencialidades del hombre, me permitiré soñar un ratito con una verdadera revolución cultural que acabe con todo lujo y privilegio inmerecido. Sería bonito…

¿Verdad?

domingo, 18 de enero de 2009

La parca y la doncella

Nacemos para morir. Ésta es quizá la única verdad que solo tiene una cara, y la segunda de las dos certezas absolutas que podemos tener. Existimos, pero vamos a dejar de hacerlo. Eros y thanatos. El resto de cosas, si es que realmente las hay, vienen luego.

Y el caso es que esta verdad, tan inocua que parece desnuda, es el motor original de las luces y sombras de la raza humana. Mi experiencia dice que la gran mayoría de la gente no desea morir, o espera que haya algún tipo de existencia tras su fallecimiento. Y, sinceramente, estas dos perspectivas me aterrorizan. En el infierno que describe Dante, toda pena impuesta a sus habitantes se ve magnificada por el hecho de ser eterna: encontramos aquí la síntesis de los dos deseos anteriores, una segunda existencia sin visos de final, que es de hecho el más atroz de los castigos, pues en ella hasta la nobleza o el amor se envician. Llevando la afirmación incluso a un punto más lejano, podríamos especular con que quienes esto desean no han vivido realmente. Claro que esta no es una postura tan simple como la enunciada al principio, y por tanto tiene dos caras, que me gustaría diseccionar.

Para desarrollar esta postura me temo que necesitaré de dos vídeos musicales, cuya letra ayuda a llevar a buen término mi discurso. Lamento consumir con ello más tiempo del necesario, queridos lectores, pero a parte de considerarlo necesario creo que disfrutaréis más con ellos que con el texto en sí (cosa harto fácil, por otra parte). Conocí ambas canciones gracias a la fantástica película de animación The end of Evangelion, de la que forman parte como BSO. Aquí va la primera:



De buen comienzo, su nombre resulta clarificador. “Thanatos, if I can’t be yours” (Thanatos, si no puedo ser tuya) puede leerse como una simple canción romántica al uso, pero es su título el que nos da la pista definitiva, y con ello la comprensión de una gran verdad. La vida canta a la muerte, conformando una unidad que pierde su sentido con la merma de cualquiera de los dos componentes.

Pensar que la vida es algo pasivo es un error. Existimos, pero no siempre estamos vivos, y diariamente sufrimos pequeñas muertes que acaban con nuestra racha de vitalidad. Entre estas causas, quizás el miedo a la propia muerte sea la más mundana y frecuente de todas. Es ese miedo que nos hipnotiza en su contemplación, como pequeños animales delante de un gran depredador, y nos hace perder de vista nuestra voluntad al sumergirnos en un torrente de morbosidad inevitable. Ya solo con esto vivimos mucho menos de lo que podríamos en nuestro devenir, lo que es más lamentable que la propia extinción. Y como todo miedo, proviene del desconocimiento.

La muerte no es algo tan terrible. Bien mirado, es por ella que se conforman ciertas pautas de nuestro día a día. Suelo quitarme el sombrero ante aquellos que justifican la vida mediante su opuesto: si hacemos de nuestro corto y brutal paso por el mundo algo bello y productivo es precisamente porque sabemos que vamos a dejarlo, y será la única vez que estemos en él. Quien ama la vida, experimentándola en toda su grandeza, es porque ama su muerte, porque la ha abrazado, la ha invitado a pasar junto con tantas otras cosas que llenarán su mente y darán forma a sus deseos y aspiraciones. Porque la acepta sin temor venga en el momento que venga, tomando conciencia de la propia fragilidad, de lo absurda que puede ser a veces al presentarse en forma de un resbalón en la ducha o una inoportuna torcedura de tobillo mientras se bajan unas escaleras, o de lo onerosa si viene en forma de una dolorosa enfermedad.

Se enuncia así una de las formas más perfectas de la ataraxia griega. Y sin embargo, todo esto tiene un fallo. Para discutirlo, primero he de dar paso al segundo vídeo, que espero que os guste tanto o más que el anterior:



Komm susser tod” (Ven, dulce muerte) expone el tema en toda su crudeza. La muerte es, en esencia, el fin del mundo. No de su existencia física, pero sí de la percepción que de él tenía un ser, que es al fin y al cabo lo único que puede importar y que da sentido al universo: un observador.

Nadie dijo que vivir fuese fácil, y menos aún hacerlo amando la vida, y por tanto la muerte. Porque, aunque la existencia puede ser egoísta, la vida es inviable mediante ese camino. Necesita no solo nuestro amor, sino el amor de otros, y el enriquecimiento que esos otros puedan proporcionarnos aunque sea para continuar con nuestro propio camino. Por ello, suele escapar a nuestra voluntad, a nuestros cálculos, regalándonos muchas veces amargos pesares cuando eso ocurre, si es que no alguna otra cosa peor. Y amar el dolor, en cualquiera de sus formas, es algo harto complicado.

Hemos roto la ataraxia. Aunque en un lado de la balanza estén la parca y la doncella, en el otro se acumulan la decepción, la desesperanza, la añoranza y la traición, como gordas y enfadadas serpientes venenosas. Y eso puede llevar al error de invertir el binomio, y hacer del thanatos la forma de abrazar el eros. El suicidio, al fin y al cabo, como método de justificación de las acciones vitales. Triste trampa en la que muchos caen y que lleva a perder todo lo conseguido. Un Apocalipsis totalmente fútil.

Vemos así el cuadro en toda su gloriosa complejidad. Una vida buena necesita de grandes esfuerzos, de minuciosos cálculos de placer y dolor que no aseguran que su resultado sea el que acabe teniendo lugar finalmente. Exige la cata de todos los vinos ofrecidos, dulces, amargos, e incluso podridos. Y no hay premio, tan solo el vacío.

Sabiendo esto, ¿todavía deseáis vivir eternamente? Yo, desde luego, no aceptaría nunca esa clase de trato. Hago mi mejor esfuerzo de vivir el mayor tiempo posible, pero espero darme por agradecido en el momento en que mi todo se vuelva por fin una tranquila nada en la que reposar plácidamente aniquilado.

Porque amo, muero. Y muriendo sé que he vivido.

jueves, 1 de enero de 2009

Otra vuelta de tuerca

No, tranquilos, no voy a hablar de fantasmas. Los que poblaban la novela que da título a esta entrada no van a campar por aquí. Si acaso, unos distintos, los propios de cada uno.

Me temo que esto va a ser brevísimo, pero ya dicen que la esencia se guarda en frasco pequeño. Supongo que mucha gente que ha criticado la extensión de mis textos lo agradecerá, así que al grano.

2008 ha muerto. Viva el 2008. Ha sido sin duda un año de grandes pesares y momentos complejos, tanto para mí como para la gente que quiero, y sin embargo... creo que eso nos ha hecho crecer un poco más. Al mirar las caras que suelen pulular a mi alrededor veo más madurez, más entereza. Ahora comenzamos a vivir nuestras vidas, y eso siempre es una gran noticia, por duro que sea.

Ha sido un tiempo productivo, lleno de experiencias: he asistido a la pérdida de una persona querida por parte de un amigo; dos grandes colegas han encontrado una media naranja con la que compartir alegrías y pesares, y muy probablemente una tercera haya encontrado a otra persona especial; he podido conocer mejor a multitud de personas interesantes como Bea, Raf, Miguel, Mónica, Elisa, Saúl y la peña del foro de Slayers, aunque de algunas de ellas me separe la distancia (cuán lejos quedan las Baleares, Barcelona, Alicante o Galicia); me he ratificado en mi vocación, he encontrado varios proyectos que me ilusionan y también un trabajo en el que por primera vez me siento un poco realizado; me han sido narradas las peripecias del inigualable Solaz por la Europa de la fiesta, y también las grandes gestas del coloso Jose David en el ejército español; he visto mucho cine, leído muchos comics y libros interesantes, jugado memorables partidas de rol, y me he corrido unas cuantas juergas de órdago, algunas de ellas con extraño final (ya puedo decir que he visitado un museo a las 5:30 de la madrugada).

El 2009 no nos promete más que incertidumbre. Tras haberse desvelado la gran mentira que era la era de Acuario, no solo tenemos que sufrir las consecuencias de una sociedad enferma y una mala gestión del mundo, sino que también hemos de enfrentarnos a la responsabilidad de nuestras propias elecciones y al paulatino pero imparable ingreso en el mundo adulto de responsabilidades y autoría. Sin embargo, como en todos los principios de año, quiero permitirme un poco de ilusión y soñar con que todos alcancemos nuestras metas. Son malos tiempos, pero a fe mía que todos aquí tenemos un buen par de cojones, o unos monstruosos ovarios de guerra.

Para ayudaros a compartir esta esperanza, os dejo por ahora con la única canción navideña que me gusta escuchar, el In dulci jubilo interpretado por ese genio de la música que es Mike Oldfield, que como siempre se lo monta él solo tocando todos y cada uno de los instrumentos, para luego crear la melodía.



Hasta más ver, elegantísimas personalidades.