domingo, 18 de enero de 2009

La parca y la doncella

Nacemos para morir. Ésta es quizá la única verdad que solo tiene una cara, y la segunda de las dos certezas absolutas que podemos tener. Existimos, pero vamos a dejar de hacerlo. Eros y thanatos. El resto de cosas, si es que realmente las hay, vienen luego.

Y el caso es que esta verdad, tan inocua que parece desnuda, es el motor original de las luces y sombras de la raza humana. Mi experiencia dice que la gran mayoría de la gente no desea morir, o espera que haya algún tipo de existencia tras su fallecimiento. Y, sinceramente, estas dos perspectivas me aterrorizan. En el infierno que describe Dante, toda pena impuesta a sus habitantes se ve magnificada por el hecho de ser eterna: encontramos aquí la síntesis de los dos deseos anteriores, una segunda existencia sin visos de final, que es de hecho el más atroz de los castigos, pues en ella hasta la nobleza o el amor se envician. Llevando la afirmación incluso a un punto más lejano, podríamos especular con que quienes esto desean no han vivido realmente. Claro que esta no es una postura tan simple como la enunciada al principio, y por tanto tiene dos caras, que me gustaría diseccionar.

Para desarrollar esta postura me temo que necesitaré de dos vídeos musicales, cuya letra ayuda a llevar a buen término mi discurso. Lamento consumir con ello más tiempo del necesario, queridos lectores, pero a parte de considerarlo necesario creo que disfrutaréis más con ellos que con el texto en sí (cosa harto fácil, por otra parte). Conocí ambas canciones gracias a la fantástica película de animación The end of Evangelion, de la que forman parte como BSO. Aquí va la primera:



De buen comienzo, su nombre resulta clarificador. “Thanatos, if I can’t be yours” (Thanatos, si no puedo ser tuya) puede leerse como una simple canción romántica al uso, pero es su título el que nos da la pista definitiva, y con ello la comprensión de una gran verdad. La vida canta a la muerte, conformando una unidad que pierde su sentido con la merma de cualquiera de los dos componentes.

Pensar que la vida es algo pasivo es un error. Existimos, pero no siempre estamos vivos, y diariamente sufrimos pequeñas muertes que acaban con nuestra racha de vitalidad. Entre estas causas, quizás el miedo a la propia muerte sea la más mundana y frecuente de todas. Es ese miedo que nos hipnotiza en su contemplación, como pequeños animales delante de un gran depredador, y nos hace perder de vista nuestra voluntad al sumergirnos en un torrente de morbosidad inevitable. Ya solo con esto vivimos mucho menos de lo que podríamos en nuestro devenir, lo que es más lamentable que la propia extinción. Y como todo miedo, proviene del desconocimiento.

La muerte no es algo tan terrible. Bien mirado, es por ella que se conforman ciertas pautas de nuestro día a día. Suelo quitarme el sombrero ante aquellos que justifican la vida mediante su opuesto: si hacemos de nuestro corto y brutal paso por el mundo algo bello y productivo es precisamente porque sabemos que vamos a dejarlo, y será la única vez que estemos en él. Quien ama la vida, experimentándola en toda su grandeza, es porque ama su muerte, porque la ha abrazado, la ha invitado a pasar junto con tantas otras cosas que llenarán su mente y darán forma a sus deseos y aspiraciones. Porque la acepta sin temor venga en el momento que venga, tomando conciencia de la propia fragilidad, de lo absurda que puede ser a veces al presentarse en forma de un resbalón en la ducha o una inoportuna torcedura de tobillo mientras se bajan unas escaleras, o de lo onerosa si viene en forma de una dolorosa enfermedad.

Se enuncia así una de las formas más perfectas de la ataraxia griega. Y sin embargo, todo esto tiene un fallo. Para discutirlo, primero he de dar paso al segundo vídeo, que espero que os guste tanto o más que el anterior:



Komm susser tod” (Ven, dulce muerte) expone el tema en toda su crudeza. La muerte es, en esencia, el fin del mundo. No de su existencia física, pero sí de la percepción que de él tenía un ser, que es al fin y al cabo lo único que puede importar y que da sentido al universo: un observador.

Nadie dijo que vivir fuese fácil, y menos aún hacerlo amando la vida, y por tanto la muerte. Porque, aunque la existencia puede ser egoísta, la vida es inviable mediante ese camino. Necesita no solo nuestro amor, sino el amor de otros, y el enriquecimiento que esos otros puedan proporcionarnos aunque sea para continuar con nuestro propio camino. Por ello, suele escapar a nuestra voluntad, a nuestros cálculos, regalándonos muchas veces amargos pesares cuando eso ocurre, si es que no alguna otra cosa peor. Y amar el dolor, en cualquiera de sus formas, es algo harto complicado.

Hemos roto la ataraxia. Aunque en un lado de la balanza estén la parca y la doncella, en el otro se acumulan la decepción, la desesperanza, la añoranza y la traición, como gordas y enfadadas serpientes venenosas. Y eso puede llevar al error de invertir el binomio, y hacer del thanatos la forma de abrazar el eros. El suicidio, al fin y al cabo, como método de justificación de las acciones vitales. Triste trampa en la que muchos caen y que lleva a perder todo lo conseguido. Un Apocalipsis totalmente fútil.

Vemos así el cuadro en toda su gloriosa complejidad. Una vida buena necesita de grandes esfuerzos, de minuciosos cálculos de placer y dolor que no aseguran que su resultado sea el que acabe teniendo lugar finalmente. Exige la cata de todos los vinos ofrecidos, dulces, amargos, e incluso podridos. Y no hay premio, tan solo el vacío.

Sabiendo esto, ¿todavía deseáis vivir eternamente? Yo, desde luego, no aceptaría nunca esa clase de trato. Hago mi mejor esfuerzo de vivir el mayor tiempo posible, pero espero darme por agradecido en el momento en que mi todo se vuelva por fin una tranquila nada en la que reposar plácidamente aniquilado.

Porque amo, muero. Y muriendo sé que he vivido.

4 comentarios:

Bettie dijo...

Pues yo lo siento por mí, pero no desisto en mi deseo de vivir eternamente.


Muy buena entrada ;)

F·4·I·LL·3·N: dijo...

La muerte y la vida, el ying y el yang, la mente y el alma, amor y odio...

Hay que saber amarles a todos por igual, o al menos de no subestimar a ninguno de ellos!

Y como comentas, Komm Susser Tod es quizá el cénit musicado del mensaje del fin absoluto. Su cruda belleza aun me eriza el vello cada vez que la escucho ^^

Saludos y propicia existencia!!

Lanchoilla dijo...

Amo mi vida y amo mi muerte, pero detesto el vacío. No es ni siquiera que me de miedo, ya que si dejo de existir ni siquiera me voy a enterar, ni dolerá, ni pasaré miedo, porque ya no seré nada. Es solo que lo veo una solución demasiado sencilla.

Prefiero pensar que las cosas son mucho más complicadas, y que después de la muerte hay algo tan extraño que nunca un ser humano lo ha imaginado.

Saludos ^^

Javier dijo...

Ya te comenté en el messenger esta entrada, pero te dejo mensaje igual xD me gustó lo que pusiste, ya te comenté que es un tema que ese enfoque siempre es curioso. La humanidad necesita morir para saber que tiene un tiempo para hacer algo con su vida... sino, no hariamos nada y estariamos aún en la edad de piedra XD