miércoles, 2 de septiembre de 2009

Villena me pone, oh sí

Lamento la apabullante falta de entradas que sufre este blog últimamente, pero por a o por h, hace tiempo que no encuentro un tema digno del que escribir, y los que encuentro se resisten a sucumbir a mi lógica. Pero ya los aplastaré, ya...

El caso es que, como siempre que no hay ideas, recurro a la triste y vil autopromoción. Sin embargo, este caso es especial: me gustaría hablar de una hermosa y provechosa experiencia que he podido vivir gracias a Cinema Paradiso, el programa de radio sobre cine que, como supongo todos sabéis gracias a la persistente repetición, copresento junto al excelso y siempre alabado coleguita Dídac Gimeno en Ràdio Klara.

Y es que, pese a que el programa se emitirá este próximo viernes, en realidad ya lo grabamos hace dos semanas, que es cuando tuvo lugar la entrevista a Luís Antonio de Villena acerca de su interesante ensayo sobre de la película El gatopardo, de Luchino Visconti.

El susodicho ensayo, titulado El gatopardo: la transformación y el abismo, ya me había maravillado no solo por su afán enciclopédico, situando la novela original y la adaptación cinematográfica en sus contextos, sino por sus grandes reflexiones acerca de la actualidad del mensaje de ambas, haciendo para ello un exhaustivo análisis histórico-intencional, plagado de anécdotas ilustrativas acerca de la lucha de clases y el verdadero significado de las revoluciones del siglo pasado.

Y sin embargo... no estaba preparado para el bombardeo de sabiduría, de buen hacer, de finura, de observaciones incisivas y, en general, de apabullante superioridad intelecutal, que nos esperaba en la entrevista. Cosas así le hacen a uno ver que, aunque cree que ha visto mucho y ha memorizado buena cantidad de cosas importantes, la vida y el arte siguen siendo demasiado vastos y aún le deparan sorpresas.

Con una infinita modestia por mi parte, puesto que la aportación que pude hacer al programa fue mínima, os conmino a que lo oigáis, en el deseo de que os sintáis tan vacíos como yo en el momento de rodar la entrevista, y os entre por ende las mismas ganas que a mí de llenar ese hueco con cosas provechosas.

Os dejo la noticia original, colgada en el blog del programa, por si queréis tener información adicional acerca de nuestros esfuerzos o sobre la vida, títulos y milagros de nuestro honorable invitado:
http://cinemaparadisoradio.blogspot.com/2009/08/luis-antonio-de-villena-en-cinema.html

jueves, 14 de mayo de 2009

Y en los eones por venir, hasta la Muerte puede morir

No quiero resultar ofensivo, y recalco que esto no es un ataque hacia nadie, pero he de decir que, con la salvedad de tres excepciones, los comentarios a la entrada anterior me han parecido muy descorazonadores. Tan solo Skale con su defensa de la reflexión, Fallen y su aleatoriedad relativa (concepto genial), y Lanchoilla y su espera esperanzada, han tenido el valor de posicionarse ante un tema difícil e intentar encontrarle nuevas interpretaciones. Agradezco enormemente los intentos de animarme que se intuyen en los otros textos, pero mucho me temo que han sido escritos sin una meditación previa. Así que, siendo un poco soberbio, me voy a situar como la voz de vuestras conciencias, y voy a confrontaros frente a unos axiomas radicales en fondo y forma, ante los cuales no tendréis más remedio que replantearos ciertas cosas. Os voy a hablar de un tema fascinante: el horror cósmico.

¿Preparados? Os adelanto que esto os va a doler.

Este concepto, a primera vista rocambolesco, fue bautizado por el gran literato Howard Phillip Lovecraft, un hombre sin duda curioso con quien tuve primer contacto a mitad de mi adolescencia. Antes de eso, en lo que puedo llamar mis primeros años como persona con todas las letras, había desarrollado un gusto por la literatura épica y terrorífica, pareciendo casi un alemán de entreguerras redivivo: mi imaginación pendulaba entre fantasías gloriosas y horrores espeluznantes. Dentro de este segundo grupo, tuve grandes autores de cabecera como Poe, Maupassant, Jacobs o Quiroga, todos grandes instigadores del cuento corto. Siguiendo esa ruta, acabé por dar con el fascinante mundo de Lovecraft, un autor que no solo escribía y publicaba sus breves historias, sino que gracias a ellas formó un círculo de literatos interesados en las obras de horror, que intercambiaban ideas y acabaron por dar a luz una vasta obra estético-ideológica conjunta, que incluía metalibros ficticios y todo un complejo panteón de deidades y poderes universales. Un universo propio tremendamente rico, en definitiva.

Esta magna opus fragmentada se centraba en una nueva forma de llevar el terror al corazón del lector. En una época en la que el fantasma victoriano daba más risa que susto, en que los monstruos clásicos eran usados más para explorar el alma humana que para transmitir escalofríos, y en que los relatos de decadencia familiar, tortura inusual, experiencias paranormales o venganzas metafísicas solo obtenían bostezos, Lovecraft y sus allegados descubrieron la verdadera forma del miedo y la envolvieron en arte.

La forma que hallaron, la forma que arroparon, era la inmensidad del vacío.

En sus relatos, el hombre debía enfrentarse a seres de tal magnitud y poder que reducían cualquier concepto humano al estatus de papel mojado. ¿Qué sentido tiene hablar de bien o mal, de justicia o perversidad, de verdad o mentira, de mucho o poco, estando frente a un coloso que aplasta mundos al moverse como nosotros hormigas al caminar, para el que crear o destruir maravillas inimaginables es tan natural como lo es para nosotros el acto de respirar? La locura era siempre la única alternativa viable tras este tipo de experiencias, una locura total en la que el individuo pierde incluso su identidad más básica frente a una verdad incontestable: el hecho de saber que, frente a la escala del cosmos, es menos que nada. Y peor aún, debe enfrentarse a la evidencia de que todo su entramado de creencias no son más que humo y espejos.

Y es que, desde siempre, el ser humano ha tenido la presunción de pensar que todo puede ser cognoscido, y justificado o denigrado. Ha creído que puede saber de qué están hechas las cosas, que puede predecir e incluso domar la realidad, que puede dar nombres a las cosas y así aprehenderlas. Ha creído que dos mas dos son cuatro. Cuando una pura entelequia como es el dos o el cuatro no tienen siquiera visos de ser reales de un modo concreto, como tan brillantemente demostró Wittgenstein. La realidad no necesita reglas, no las quiere: somos nosotros los que, desesperadamente, nos esforzamos por convencernos de que nuestro entorno puede adecuarse a concepciones preexistentes o puramente virtuales. Cualquier lenguaje, ya sea hablado, escrito, numérico o incluso anímico, no es más que un conjuro que teje alrededor del individuo la ilusión de que todo tiene un sentido que él puede comprender. Una bonita burbuja en la que es libre, y puede responder de sus actos.

¿Y qué hay tras la burbuja? Distancias tan abismales que no pueden ser concebidas por la mera imaginación humana, y el devenir de un tiempo eterno que causa mareos con su sola intuición. El Universo no necesita del hombre, ni realmente de nada; le va bastante bien solo, muchas gracias. Enfrentados a este exterior extraño e incomprensible, a la humanidad no le queda otra que olvidar la esperanza, perder la cabeza, y aullar con la garganta rasgada para poder entonar vocablos alienígenos con toda la potencia de sus pulmones “¡¡¡Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu R´lyeh wgah´nagl fhtagn!!!”.



Y hasta aquí mi alegato. Ahora que ya os he vendido la moto, he de confesar que realmente no pienso todo esto que he dicho, simplemente me he limitado a expresar las ideas lovecraftianas mas básicas. El problema del que hablaba en la entrada que mencioné al principio de este texto no proviene de aquí, y tengo mis propias respuestas a los enigmas que he planteado. Para empezar, que Wittgenstein era un estirado hijoputa lo tengo clarísimo.

No, lo que quiero ver es cómo respondéis vosotros. Si podéis.

martes, 12 de mayo de 2009

1492

En un arrebato, ayer me hice un fotolog. La razón es bastante sencilla: necesitaba otro medio de expresión para las ideas que, por breves o escuálidas, acababan por no salir en este pequeño rincón que me monté. Así que nada, otro rinconcito más en la Red para mis idas de olla.

Eso no significa que abandone el blog, ni mucho menos. Simplemente dejaré para aquí lo verdaderamente importante.

En fin, si alguien tiene curiosidad por esas otras pequeñas neuras del día a día, aquí está la dirección del dichoso flog: http://www.fotolog.com/aksanspage

Dicho esto, hasta otra. Salud y buena ventura.

lunes, 4 de mayo de 2009

He tenido un (réquiem por un) sueño

Ayer, siguiendo el consejo de una de las personas más fascinantes que he podido conocer últimamente, tomé un momento de mi tiempo y fui a desayunar a la terraza de casa de mi madre.

Para empezar, nunca desayuno, y de un tiempo a esta parte limito a una mis comidas diarias. También acostumbro a vivir en un cuarto cerrado sin luz natural. Desde niño quise saber cuáles eran mis límites: resistencia al dolor, a la fatiga física o mental, al hambre y a la sed, a la falta de sueño… quería saber dónde me permitía llegar mi cuerpo, y casi había olvidado el relax anímico que se obtenía al tomarse un momento por la mañana y comer alguna cosilla.

Así que ahí estaba yo, con un par de galletas de arroz en la mano, mascando distraído mientras reposaba mi peso en una de las tumbonas y me dedicaba a admirar un horizonte harto conocido pero aún así lleno de significados. Las casas del pueblo se apretujaban unas contra otras de manera casi aleatoria, conspirando con robar un poco más de terreno al barranco pedregoso y a los montes preñados de pinos que se extendían tras ellas, a penas surcados por una carretera o dos: una metáfora perfecta de la antinaturalidad de lo humano. Y como siempre, comencé a divagar sobre temas.

¿Qué sería, por ejemplo, de las gentes que vivían en las casas? Por lo que yo sabía, no lo llevaban bien: la nave de una empresa que estaba cerca del pueblo, que ofrecía trabajo a la mayoría de la población del mismo, estaba haciendo despidos y se rumoreaba que pronto cerraría. Los muros que contemplaba debían encerrar a gente preocupada, quizá incluso desesperanzada, que se afanaba en salir de un trance de la mejor manera posible. Pero allí seguían, de pie, en la brecha, levantándose cada mañana, comiendo. Sus niños continuaban su aprendizaje, memorizando su lección sin ser aún muy conscientes que de poco les serviría en la vida. Y así, la máquina seguía en marcha, con sus engranajes bien engrasados.

Pero, ¿por qué?

¿Por qué se levantaban? ¿Por qué comían? ¿Por qué aprendían? No había ninguna respuesta al hecho de que estuviesen allí, vivos y perceptivos, interactuando con una realidad para la que son menos que nada. Se deslomaban por ganar el dinero con el que pensaban que su vida mejoraría, pero eso sigue sin ser un motivo. Se movían de forma tan maquinal como mi mano acercando la galleta de arroz a mi boca. Ponían el mismo interés en desentrañar la finalidad de su vida que yo en mi desayuno.

Y sabía que yo era incluso peor que ellos. Sé perfectamente que, en mi desidia, hace tiempo que he tirado mi futuro por la borda, y aún eso es insuficiente. Miro atrás, reflexiono sobre quién he llegado a ser, y no encuentro un motivo sólido que justifique mis luchas, mi deseo de ser un hombre bueno. No encuentro nada que me impulse a seguir con lo que quiera que esté haciendo con mi destino en estos momentos: sigo levantándome, sigo con mis trabajos, sigo encargándome de la radio y los cineforums, sigo visitando a mi madre, pero lo hago por hacer. Y, tonto de mí, aún albergo esperanzas de conseguir pequeños goles, como un quehacer al que pueda dedicar mi vida o una persona significativa con quien compartirla. Hay quien diría que ya debería haber aprendido.

No hay una sola razón que justifique de forma inequívoca mis actos, o mi mero ser. Suelo decir que, a pesar de que la felicidad fuese un concepto imposible, su búsqueda ya daba sentido al hecho de la búsqueda misma, pero en ese momento me encontré sin palabras. No hay meta, ni objetivo, que sea tautológico. Si tengo la infinita soberbia de seguir hollando este mundo debe ser por algo muy parecido al motivo por el cual, aún sumido en mis neuras, sigo pegando bocados a la dichosa galleta de arroz.

Todo esto me ha servido únicamente para una cosa. Ahora sé mejor que nunca por qué no suelo tomarme un rato y desayunar.

viernes, 20 de febrero de 2009

¡Y Cinema Paradiso digievoluciona a...

... Cinema Paradiso en directo! (aplausos)



Pues sí, nobles lectores, ciertamente. Cinema Paradiso, el espacio cinéfilo radiofónico que llevamos regentando ya como cuatro meses el ilustre lord Dídac Gimeno y vuestro humilde servidor de férrea testa, no deja de crecer. Por supuesto, podrá seguir escuchándose todos los viernes puntualmente a las 00:00 en la 104.4 FM para la ciudad de Valencia o en http://www.radioklara.org/spip para el resto del globo. Ya archivamos sendos éxitos al conseguir una inyección de tiempo para el programa, alargándolo hasta la hora y media, y al lograr la redifusión de programas atrasados en otros horarios mas cómodos de la semana, pero no íbamos a dejarlo ahí, no señor: nuestro sueño no tiene fronteras.

La buena nueva es que la Sala Matisse (Calle Campoamor 60, cerca de la Plaza del Cedro, en Valencia), paladina de las artes y la cultura, amén de sacrosanto abrevadero nocturno para las gentes de vida alegre, nos abre sus puertas para llevar nuestro experimento comunicacional un paso más allá, hacia el coloquio con público en vivo. El proyecto, al que hemos tenido a bien llamar "Free Cinema: películas en la oscuridad", a parte de ser enteramente gratuíto, con lo que no se cobrará entrada ni se obligará a consumición alguna, constará de una breve presentación de la película a tratar, su visionado conjunto en la sala y la posterior charla en que se hablará de sus aspectos humanos, argumentales y técnicos, incitando a todos los participantes a intervenir y proponer si se ven dispuestos a ello. Para el buen funcionamiento del evento contamos con el equipo técnico que la sala pone a nuestra disposición, y con las más amplias de las libertades de elección y expresión, por lo que pasarán por nuestras manos películas mudas, clásicas, contemporáneas, de autor, independientes, vanguardistas y un largo etcétera. Con el tiempo, y si hay el suficiente apoyo por parte del público, incluiremos otras atracciones como recitales de poemas, pintores obrando su arte en directo o músicos tocando durante los coloquios (o incluso durante la película, si ésta es muda).

El primero de estos cinefórums tendrá lugar inequívocamente el próximo día 11 de marzo. La hora exacta de comienzo, así como las fechas y horas de los demás eventos subsiguientes serán aunciadas con la debida antelación tanto en el programa de radio, como en el foro de dicho programa ( http://www.cinemaparadiso.creatuforo.com ) y en la página del pub anfitrión ( http://www.salamatisse.com ).

Esperando que la noticia os ilusione tanto como a mí, rogaría de quienes ésto leeis dos posibles reacciones: o vuestra inestimable presencia en el coloquio, donde pondremos todo nuestro esfuerzo para que salgáis de él más sabios y felices; o, por imposibilidad y/o desgana, su propaganda, ya sea por el boca a boca como por un escueto anuncio allá donde veáis que os es posible ponerlo, para lo que os facilito el cartel oficial del programa al final de esta misma entrada. Con ello, no solo contribuiréis a garantizar las ilusiones de dos locos que un buen día decidieron compartir la fuente de sus placeres con los demás, sino que os ganaréis la más eterna de mis gratitudes, que de hecho os doy ya de antemano.

¡Adelante, camaradas, sin desfallecer! Por el saber, por la cultura, por el arte, por la belleza... ¡hasta la victoria siempre! ¡Y que les den mucho por culo al señor Osito Bautismal, al Monarca del Pavo de Freidora y a los demás cerdos de La Innombrable!

miércoles, 18 de febrero de 2009

El club Silencio



No hay banda.

No hay banda, y sin embargo oímos. Y en el acto de oír, hacemos nuestro lo oído. Convertimos los sonidos en un tamiz de sensaciones, porque nos sentimos impelidos por ellos, hablados desde una instancia superior, interna o externa. Porque los sentimientos, los sueños, las esperanzas que encontramos, han de tener por fuerza un germen. Porque, bebiendo de la experiencia, damos paso a la razón: ese ligero sonido picante me produce un cosquilleo verde, y por tanto debo estar alegre; aquél estruendo afilado me sitúa ante la visión del cuadro vertiginoso, y por tanto debo estar sereno; o ese continuo ruido sibilante obnubila mi tacto, y por fuerza estaré triste. Sinsentidos que se prolongan hasta el final de su consecución, pero que igualmente sentimos. Y nos sometemos, no sin cierto deseo.

Porque no hay banda. No hay orquesta. Y sin embargo, debe haberla. Porque estamos aquí, y no es posible que estemos solos. No es posible que seamos solo eso.

Pero no la hay. Todo son daimones, genios ilusorios, espectros de muerte comerciando con gamas de humanidad para ocultar su desnudez. Para ofrecernos falso consuelo y hacernos olvidar los únicos miedos legítimos que podemos tener, los temores al infinito, al vacío de la inmensidad lovecraftiana. Y entonces trocamos nuestro rostro, y transformamos el júbilo liberador que nos otorgan sus alhajas en máscaras de nuevo miedo o recién inventadas alegría y tristeza. Con ellas corremos a exhibirnos ante el gentío, conscientes de su infinitamente compleja hermosura pero descuidados de su misterio, mientras gozamos de su impacto y del cambio que produce en las máscaras de quienes nos sondean o por los que nos interesamos. Gigantino teatro éste, magna mascarada, de pasos tan rebuscados que se diría obra de un enfermo, donde danzamos bien dispuestos.

Pero no hay banda, no. Nos ocultaremos por siempre esta perspectiva, para no ver su absurdo. Nuestro absurdo.

Porque, ¿quién se atreve a decir que nuestras lágrimas no son legítimas? ¿Que esas mariposas no están en nuestro estómago? ¿Qué la bilis no inunda nuestra boca, y la sangre no ciega nuestros ojos? Eso es real. Es real. ES REAL. Está ahí, queramos o no (aunque siempre queremos, siempre), y tengamos o no razones para alojarlo en nosotros.

Y con todo, no hay banda. Nunca la hubo. Todo es una ilusión.

Todo es.

Una.

Ilusión.

Escuchad ahora, amigos míos, escuchad y estad atentos:










Escuchad el Silencio. Disfrutad ese instante ínfimamente minúsculo pero ominoso, en que sois vosotros por fin, desnudos, originales, íntegros. Reales. Por fin, absoluta e inequívocamente, reales. Liberados por la catarsis del enfrentamiento metafísico, absueltos de las dos pesadas cadenas de los mundos exterior e interior.

Pero aún así, sin ser libres. La libertad es siempre una cadena, necesaria, sí, pero no por ello menos engorrosa. Y volveremos por ella al vals lunático, con sus sensaciones desconcertantes, sus responsabilidades, sus protocolos y su inseguridad. Porque ahí también hay algo nuestro, pero no por ello hemos de olvidar lo aprendido: que tras toda la apariencia subyace una sustancia, un algo primordial que siempre debemos tener en consideración. Como el campesino del cuento corto “Ante la Ley”, de Franz Kafka, nos encontramos ante algo que jamás podremos tocar, pero que está ahí y es para nosotros, y de nosotros.

Volved ahora a vuestro concierto, es un retorno necesario y no quiero retrasaros. Por mi parte, haré lo propio.

Propicia existencia.

lunes, 9 de febrero de 2009

Un tío que surgió del frío

Parafraseando libremente a Grant Morrison: esto no es una historia. No va de nada. Leedlo si os apetece.

Este invierno llega a sus postimetrías, y como siempre me pasa cuando sucede, siento que se me ha jodido el tenderete. Este año, de hecho, lo siento doblemente: supongo que mucha gente querrá mi cabeza tras leer esto, pero ha sido un invierno de mierda. Pocos días fríos, y de poca calidad, valga el refinamiento innecesario.

Por mi físico y actitud peculiares, estoy acostumbrado (aunque no complacido en absoluto) a atraer miradas sobre mí, y más en invierno, donde al parecer destaco por llevarle la contraria al mundo con mi costumbre de no llevar nunca ropa de abrigo de ningún tipo. Esto es porque ya desde bien pequeño el frío me ha producido una curiosa sensación de placer de la que gozo sobremanera. Normalmente, a quien me pregunta le digo que no experimento sensación alguna de frío, para no tener que explayarme en algo que igualmente caería en saco roto, pero aquí debo confesar la verdad: siento el frío igual que todo hijo de vecino, o al menos eso creo, ya que no puedo mesurar las sensaciones ajenas. Y es precisamente este sentir el que me agrada.

Conservo en mi recuerdo con claridad meridiana los dos momentos más fríos de mi vida. El primero, el más intenso, durante mi niñez temprana, una noche de Navidad en que había sido arrastrado a celebrar el evento con mi familia en la pequeña casucha de campo que mi abuelo paterno tenía en Segart, durante un invierno que dejaría a los recientes a la altura de un abanicamiento de pai-pai. Un primo mío y yo logramos, a altas horas de la madrugada, burlar la vigilancia de nuestros borrachos padres para salir a jugar fuera, siendo el último de estos juegos una tonta competición de resistencia en la que nos quitamos los abrigos y nos quedamos bien quietos, sentados en un banco, dejando que el viento inclemente nos considerase sus juguetes. Fue ahí, liberado de la sobreprotección materna conformada por gruesas capas de abrigo, que descubrí este singular goce mío, absurdamente indescriptible. El segundo momento, avanzando algo en el tiempo, se dio durante una excursión con el colegio a un bonito paraje montañés que, para mi maravilla, estaba nevado. Durante una de las caminatas, le presté mi chaqueta a una compañera que no dejaba de quejarse de la temperatura, en un falso alarde de galantería que disimulaba mi deseo de experimentar ese sentir lacerante en mis miembros desnudos. Para cuando me descubrió el tutor, tenía unos hermosos brazos morados hasta donde quedaba mi manga, bien subida, y también, aunque esto nadie nunca lo supo, una de las mejores vivencias de mi vida. Por supuesto, se han dado otras ocasiones, como la que siempre sale a coalición cuando se da el tema y uno de los testigos del suceso se encuentra cerca, durante el inolvidable viaje a París-Brujas-Gante, en que mi cabezonería de degustar los helados de la zona en manga corta, en medio de aquél delicioso clima nórdico, causaron impresión y habladurías.

Y de allí, aquí, como siempre. Desde esa primera experiencia infantil he seguido procurándome siempre que he podido el que a día de hoy es uno de los pocos placeres puramente físicos que me quedan, en contrapartida a los muchos psíquicos que he ido cultivando. Y ha acabado imperando en muchos aspectos de mi vida. Sigo, por ejemplo, prefiriendo la comida un poco fría, las duchas de agua fresca, los tejidos porosos en confección holgada y, en mi escasa vida sentimental, me sorprendía a veces más excitado con el roce de unos brazos o unos hombros fríos que palpando otras zonas característicamente cálidas. Esto me hace pensar, a veces, si ese primigenio y aparentemente intrascendente trastoque de valores me ha marcado como persona.

Soy un tipo esencialmente racional. Quien me conozca un poco, en persona o habiendo leído estas pajas mentales del blog, sabe lo obtuso que puedo llegar a ser para ciertas materias. He sentido fuegos en mí, eso es cierto, llamaradas de pasión, luminiscentes y hermosas… y temporales. Perecederas. Porque una hoguera que arde mucho es difícil de mantener, y la vida, como el universo, es entrópica. Pronto vuelve la vena mental, con sus heladas herramientas, dispuesta a normalizarlo todo, a verbalizarlo y a almacenarlo para su aprendizaje. Y es entonces cuando verdaderamente estoy cómodo, en mi elemento, lejos de esos estallidos de calor que me dejan anonadado y confuso. Es entonces, y solo entonces, cuando puedo ser yo. Y esto, se ve, es algo que no comparte la humanidad conmigo, aunque aún puedo controlarlo y luchar por ello.

Pero (aún) no controlo la naturaleza y sus estaciones. Pronto llegará de nuevo el verano, como tiene por desagradable costumbre hacer, y me veré de nuevo fatigado, sudoroso y miserable, en mi cruzada por tapar mi cuerpo tras ropa oscura y amplia debido a mis complejos. Sin embargo, hay otra cosa que me perturba más, que emponzoña con bilis mis éxtasis invernales. Una pequeña vocecita, a penas audible, que susurra siempre en mi cabeza, finalizados mis pequeños placeres.

Una vocecita acerada que susurra “¿es bueno ser tan inhumano?”