viernes, 1 de agosto de 2008

Dibujando hipocresía

En el año 2001, durante la reunión de varios editores de revistas especializadas en crítica literaria para elaborar la lista de 10 novelas más importantes de la segunda mitad del siglo XX, se coló en la lista una de las obras más poderosas e influyentes en su medio, una disquisición absolutamente magistral sobre la libertad y responsabilidad individuales, y la organización del estado. Supongo que no suena extraño lo que estoy diciendo. Y sin embargo, muchas voces se alzaron en contra de esa elección, incluso dentro de la reunión misma. Fueron eruditos entendidos los que pusieron el grito al cielo, escandalizados por la noticia. Su motivo: V de Vendetta, guionizada por el mundialmente afamado Alan Moore e ilustrada por David Lloyd, no era más que una novela gráfica, un vulgar comic.

En el año 2002, durante el 52º Festival de Berlín, su jurado galardonó con el Oso de Oro a la mejor película a una de las cintas mas visionarias, artísticas y mágicas jamás producidas. Todo bien hasta ahí, ¿no? Entonces resulta difícil explicar la discrepancia que muchos tuvieron respecto a esa decisión. Y no hablo de personas cualquiera, sino de auténticos pesos pesados del análisis fílmico, gentes que en teoría se han ganado su posición gracias a un inigualable gusto y talento analítico en el campo de lo audiovisual. La razón que tuvieron era simple y clara: El viaje de Chihiro, dirigida por el maestro Hayao Miyazaki y producida por el mejor estudio de animación del mundo, Ghibli, era una película de dibujos para niños.

Y solo citaré estos dos casos. No porque sean los más flagrantes acerca del maltrato de la opinión especializada a ciertos medios de expresión. Resulta que son los únicos que hay. El resto de obras tremendamente remarcables que han dado ambos estilos ni siquiera han sido tomadas en cuenta para los grandes festivales, siendo ignoradas completamente por las clarividentes cabezas que ordenan cual Moisés el mundo cultural, decidiendo qué es elevado y qué no sin posibilidad de error. Se mantienen bien recluidas en sus guetos, con sus propios festivales y su marginado público, al que se le veta sin mediar explicación el acceso a instancias “más elevadas”.

Porque son cosas de niños, dicen. Sin duda, un mocoso entendería sin problemas las sutilezas del arte secuencial, de las relaciones de ideas que se dan entre viñetas y textos, del idioma de la composición de página, de los diversos y fascinantes estilos de dibujo. Comprendería instantáneamente la plasticidad ilimitada de la animación, su virtud de mostrar relaciones y emociones imposibles de captar por el cine tradicional, su cuidada artesanía frámica, su representación de la virtualidad sin barreras. Pues mira que les tengo tirria, pero ahora mismo me gustaría ser un criajo.

Es interesante preguntarse por qué esto es así. La respuesta fácil es que son unos de los artes más recientes, y el tiempo no los ha ratificado lo suficiente. El peso de la tradición siempre es algo a tener en cuenta en este tipo de cosas, ya lo ha hecho muchas veces antes con cosas como la novela automática o el cubismo. Y sin embargo, ahí tenemos al cine, que a pesar de tener recién cumplido su primer siglo, obtuvo de visionarios como W. Griffith, Eisenstein, Vertov, Lang o Murnau una rápida subida al estatus de expresión adulta y digna, aún cuando sus primitivos inicios fuesen las tontas pantomimas de Georges Méliès o, remontándonos más atrás, la primera comedia de situación: El regador regado, de los hermanos Lumière, recreando una broma tremendamente sobada y sin gracia. Si no es su juventud o sus tambaleantes primeros pasos en tiras cómicas de periódico, ¿qué puede ser? ¿Qué hace que un arte completo y maravilloso sea condenado a tal ostracismo tácito?

Hipocresía pura y dura, señores, eso y nada más. Para que los aficionados a James Joyce, Kielowski o van Gogh sean considerados intelectuales, y los aficionados a Grant Morrison, Katsuhiro Otomo o J. H. Williams III sigan relegados a su puesto de fans. Para que un premio Eisner siga significando menos que un Grammy, un Tony o un Oscar. Pero, por encima de todo, para allanar e igualar el ondulante terreno de la fantasía, de la creativida. Horrible crimen, el hacer de un arte algo banal solo para mantener unos estándares que la costumbre ha hecho sacrosantos, alejar a la gran opinión publica mediante el miedo a parecer pueriles o retrasados de dos sublimes caminos que pueden enseñarles tan bien como cualquier buen libro, película o cuadro, a pensar de forma flexible, expandir su imaginación y alcanzar un mayor grado de conciencia de sí mismo. A ser mejores.

Los defensores del medio siempre suelen citar a Maus llegado a este punto. Sí, es decididamente un comic adulto: habla de la II Guerra Mundial, del Holocausto, sin duda ningún padre se lo daría a su retoño. Yo no iré a lo fácil. Soy consciente desde hace mucho que la única forma de romper tabúes es mediante retos provocadores e inverosímiles. Ahí os va, críticos del mundo, preparaos para el horror máximo: Evangelion contiene más y mas profundas reflexiones sobre la condición humana que las sobrevaloradas obras de Antoine de Saint-Exupéry. Me gustaría ver si, en el caso de que alguien entendido leyese esto, pensara seriamente en ver de forma calmada dicha serie. Lo dudo horrores. Y ni siquiera he tenido que mencionar monstruosidades del ingenio argumental como Watchmen, Monster o la película de Memories…

Aunque creo haber encontrado un método más directo, personal y sencillo para destruir esta clase de falacias sociales. Lo hallé por accidente, el día en que invité a mi madre, uno de los seres más duros de mollera que conozco, que me dice constantemente que deje de leer comics y me consiga lecturas “mas interesantes”, a ver la adaptación a cine de V de Vendetta, obra que ya mencioné anteriormente. Quien haya tenido el placer de experimentar las dos versiones sabe que en la vertiente fílmica el poder del discurso político de la obra se ve muy mermado, aunque sigue siendo una película poderosa. Para mi sorpresa, a mi madre le encantó, y fue entonces cuando decidí soltarle la bomba y anunciar que lo visto se basaba en uno de esos tebeuchos que tanto dice ella despreciar. Su respuesta consiguió centuplicar mi ya de por si grande asombro: me lo pidió prestado. Y lo leyó. Enterito. Y le encantó. Aún ahora sigue recriminándome que lea comics a mi edad, pero quiero pensar que en ese momento le demostré el poder de la palabra y el trazo unidos.

Otro día me pongo con la defensa a ultranza de los videojuegos. Esto de batallar por causas perdidas es muy agotador, en serio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uhm, creo que me suena demasiado... no me pondre a comentar porque no acabamos hoy, pero estoy totalmente de acuerdo de la primera a la última palabra, y lo mejor es que ni saben darte una razón...
Pero bueno, tampoco me sorprende, sinceramente; ¿desde cuándo es la gente tolerante? Lo que sí me sorprendería sería que no hubiesen dejado de lado ningún arte en concreto, por las "razones" que sean, teniendo la afición que se tiene a crear ovejas negras...
En fin, es triste pero cierto

Bettie dijo...

Perdóneme padre, porque he pecado. Hasta hace dos años no había leído más comics que los de Asterix y Obélix, que, por cierto, me encantaban. Pero claro, visto así yo pensaba que era cosa de niños. Por suerte alguien puso en mis manos Sandman, y ultimamente, como ya leíste, han puesto obras maestras del cómic en mis manos. El que nombras, V de Vendetta me llegó en reyes. Y si eso es para niños, que venga dios y lo vea. Desde luego, Moore no es para niños. Hay que tener un buen nivel cultural para captar el cómic aceptablemente.

Y no voy a hablar de Watchmen, por dios. Me quedaría sin palabras.

Es una pena que la gente se esté perdiendo lecturas REALMENTE INTERESANTES sólo por pensar que son "cosas de niños".


Por cierto, ya te he perdonado por destriparme el final de Watchmen... xD


besicos!